El auge de la extrema derecha en Europa tiene distintos componentes: el rechazo al fenómeno inmigratorio proveniente del Norte de África y de los países islámicos que mantienen su identidad y se niegan a fusionarse con la cultura de los países de la Región; la Guerra de Ucrania, y la consiguiente recesión/depresión europea, en especial en Alemania. Pero lo crucial es la percepción de la creciente irrelevancia del Continente en el contexto mundial, en donde sólo cuentan las superpotencias, EE.UU. y China.
Hay en Europa una sensación física de pérdida de importancia, así como del agotamiento de una forma de vida en un mundo totalmente ajeno e implacable; y lo notable es que esta sensación hondamente depresiva tiene características reales y sólidos sustentos cuantitativos: el ingreso per cápita europeo ha crecido 55% desde que el Mercado Común fue creado en 1993, mientras que en EE.UU. aumentó 65% en el mismo periodo, pero esto sólo ocurrió porque se incorporaron nuevos miembros, Polonia en 1º lugar, cuyo PBI se multiplicó por 4 desde entonces, en tanto que Alemania, Francia e Italia se expandieron 37%, 35%, y 20%, respectivamente, en la misma etapa.
La situación es todavía más crítica si se fija la atención en términos de poder: Europa era el 29% de PBI global en 1992 y encabezaba – junto con EE.UU – la revolución tecnológica de la información. Hoy representa sólo 15% del total; y entre las 50 mayores empresas de alta tecnología del mundo, sólo 4 son europeas.
La población europea asciende hoy a 741 millones de habitantes, y es 7% del total mundial, mientras que su tasa de natalidad es nula o negativa.
Guerra de Ucrania mediante, Europa constata ahora que se encuentra completamente indefensa frente a una ofensiva rusa, convertida en la 3º potencia militar del mundo, y cuya economía de guerra de última generación se encuentra completamente movilizada, y hondamente vinculada científica y tecnológicamente con la República Popular, convertida en el eje del equilibrio global.
Por último, Europa comprueba, con lucidez agónica, que depende más que nunca de EE.UU. y que ahora se aproxima la oscura sombra de un retorno de Donald Trump al poder, que se tornaría una realidad en los próximos 6/7 meses.
Por su parte China ha cambiado de naturaleza, y se ha convertido del principal mercado para las exportaciones europeas, en una superpotencia global de superior productividad, con notoria y extraordinaria capacidad de innovación, que encabeza la fase de la aplicación de la Inteligencia artificial, lo que significa que lidera la Internet de las Cosas y la robotización.
Lo verdaderamente pavoroso para Europa, al punto de constituir una certidumbre ominosa, es que las tecnologías de la 4º Revolución Industrial, ante todo la Inteligencia artificial, se le han escapado para siempre y son hoy un monopolio de los dos grandes rivales – EE.UU y China, absolutamente integrados. Ante ellos, Europa paga el costo al contado de la irrelevancia, que es ser marginado.
El sistema integrado transnacional de producción es la infraestructura básica del capitalismo globalizado y está constituido por unas 88.000 empresas trasnacionales y sus 600.000 asociadas o afiliadas; y de ellas 44% son norteamericanas y 25% chinas. Las europeas son algunas dispersas alemanas y francesas, y nada más. Por eso en este siglo Europa no es el tercero, sino sólo el excluido.
El mal que aqueja a Europa es primordialmente cultural. El Mercado Común Europeo y la moneda única se pensaba que abrirían el paso a un sistema post-nacional orientado a lo global.
Pero lo que en realidad ocurrió fue que sólo se creó un súper-proteccionismo regional fundado en un pavor hondamente pesimista, y con motivos para serlo. Ese temor a lo nuevo y a lo distinto adquirió un carácter fóbico hacia los países emergentes, sobre todo los de América del Sur (grandes productores de agroalimentos), dotados de una superior productividad y de una notoria capacidad de innovación.
Por cierto, como corresponde a la sensibilidad europea, en especial francesa y parisina, ese rechazo adquirió la forma híper sofisticada y “chic” de la sensibilidad ecológica, por ejemplo, la necesidad de evitar el desmalezamiento del Amazonas, y otras causas nobles.
De ahí que el núcleo del fracaso europeo, hondamente vinculado a la extrema derecha regional, sea el proteccionismo agrícola, con epicentro en Francia, y su raíz la “Política Agrícola Común” (PAC). Por eso fue allí donde el domingo 9 de junio la extrema derecha de Marianne Le Pen arrasó en las elecciones regionales, obligando al presidente Emmanuel Macrón a convocar a elecciones anticipadas que tendrán lugar el 30 de junio en la primera vuelta, y el 7 de julio en la segunda (3 semanas) que implican con forma de certidumbre la transferencia del poder doméstico a la derecha extrema, con su aguda conciencia de la irrelevancia de Europa en el mundo del siglo XXI.
De ahí que las elecciones de Francia son más importantes para establecer el rumbo de Europa que el conjunto de las votaciones para elegir un nuevo parlamento en Estrasburgo.
Francia fija el rumbo con el sentido, la dirección de la Europa del siglo XXI.