Las familias de los tres desaparecidos tras la DANA: «Lo peor es el abandono. Llamarnos? Nadie, ni una vez»

Este domingo se cumplen sesenta días desde que el cielo se abrió sobre Valencia para vomitar millones y millones de litros de agua que convirtieron el este y el sur de la provincia en una mortífera maraña de ríos salidos de la nada que, enloquecidos, se llevaron por delante casas, coches, fábricas, campos, puentes, negocios, camiones, vías férreas, puestos de trabajo y carreteras. Y vidas; sobre todo, vidas: 226. Pero no todos están. En ese listado siguen figurando dos meses después como desaparecidos tres de ellos: Elisabet Gil Martínez, de 38 años y madre de dos hijos menores de edad, desaparecida en Cheste; Francisco Ruiz Martínez, Paco, de 64, arrastrado por las aguas en Montserrat; y Francisco Javier Vicent Fas, Javi, de 56, visto por última vez en Pedralba.

Todas las víctimas cuentan, pero el dolor es mayor cuando ni siquiera sabes dónde está el cuerpo de tu ser querido. Ni hay un lugar donde llorarle. La Psicología lo tiene claro: sin cadáver, difícil está lo de iniciar el duelo; la mente no cree lo que no ve, aunque solo sea el exterior de un ataúd.

Pero no es lo único que desgarra el alma de estas tres familias. «Lo peor, lo que más enfada, es la falta de humanidad, el abandono». La pregunta es la misma para todos: ¿Les ha llamado alguien de la Generalitat, de algún ayuntamiento para pedir perdón o para ofrecer ayuda?. «¿Llamarnos de alguna institución? No. Nadie. Para absolutamente nada. Pero ni siquiera el alcalde de mi pueblo, que me conoce. Aquí el único que llama es el teniente de la Guardia Civil de Llombai, una media de dos días por semana. Y periodistas. Pero responsables públicos, ni uno».

Quien habla es Saray Ruiz. Su padre, Francisco, Paco para los suyos, desapareció poco antes de que sonara (tarde, muy tarde) la famosa alerta de las 20.11 horas del 29 de octubre cuando llevaba dos horas encaramado en el techo de su coche con sus dos nietos, Ruth, de 5 años, y Alejandro, de 10, los hijos de Saray. El vehículo, un Kia pequeño, se había quedado empotrado, por fortuna, entre una farola y una palmera, en la calle Obrers, en el polígono de Montserrat. Los niños, milagrosamente, se salvaron; de Paco sigue sin saberse nada.

Idéntico sentimiento de frustración sale de la boca de Susana Vidal, que ha perdido a su marido y a su única hija en la riada que generó la peor DANA en la historia meteorológica de Valencia. A la chica, Susana, su «niña» de 30 años –tenía discapacidad intelectual (síndrome de Down)– la encontraron a los dos días, el jueves, 31 de octubre, en la playa del Mareny Blau, en Sueca, a 90 kilómetros (60 de río y 30 de mar) del punto donde desapareció, Pedralba. Por eso pudo enterrarla.

Pero de su marido, Javi, no sabe nada aún. Como en el caso de Saray, lo único que recibe son llamadas de la Guardia Civil, aunque, eso sí, en su caso son mucho más esporádicas que las de Saray. «No me ha llamado nadie de la Generalitat». Tampoco de ninguna institución para ver si necesita algo o si precisa de ayuda en la tramitación de alguna documentación. 

«El funeral estaba fuera de lugar»

Y, ¡oh, sorpresa!, tampoco les dijeron nada de la misa de funeral que se celebró en la catedral de València y a la que no invitaron, por kafkiano que parezca, a las familias de los fallecidos. Eso sí, se le dio tintes de funeral de Estado con la presencia de los reyes incluida. Susana Vidal lo deja claro: «No me llamaron, pero es que además estaba fuera de lugar celebrar un funeral por las víctimas siendo que había varias personas que seguían sin aparecer». Otra más.

Sorprende confirmar la deshumanización de las administraciones. Que no se haya creado, ni siquiera, una oficina equipada con un puñado de funcionarios a disposición de las familias de las 226 víctimas mortales, las más damnificadas por la DANA. Susana confiesa que «habría estado bien» porque, efectivamente, «la verdad es que no tengo la cabeza para pensar en eso. La prioridad es que lo encuentren».

Pero ha tenido que hacer de tripas corazón. ¿Y cómo ha logrado acceder a los trámites? Como todo lo demás, de casualidad. «Fui un día a Correos y vi en la pared un cartel que decía ‘tramitamos las ayudas de los afectados por la DANA’. Les dije que yo era una de ellas, y rellené los formularios». De nuevo, por acción individual y no por colaboración institucional. «También he pedido la indemnización del Consorcio porque han desaparecido los dos vehículos que teníamos, una furgoneta y un coche».Y el relato de las familias vuelve a coincidir. Samuel, hermano de Saray, explica que ni siquiera «nos hemos puesto a tramitar nada porque ahora lo que nos interesa es encontrar a mi padre». 

¿Y dinero? ¿Ha llegado algo de la ayuda por fallecido -72.000 euros- prometida por el Gobierno central? Tampoco. De hecho, apenas se han abonado las de 41 de las 226 víctimas mortales. Pero es que, además, en el caso de estas tres familias hay otro escollo más: no tienen certificado de defunción porque Paco, Javi y Elisabet oficialmente solo son desaparecidos.»Estamos en un limbo», resume Saray.

En principio, sean encontrados sus cuerpos o no, podrán ser dados por fallecidos a partir del 29 de enero, justo cuando se cumplan los tres meses de su desaparición. Esto es gracias al artículo 193 del Código Civil, que reduce el plazo estándar de 10 años (5 en supuestos de personas de más de 75 años) a tres meses en casos de siniestro como el ocasionado por esta DANA. 

Pero ninguno de ellos tiene en la cabeza el dinero. La prioridad es encontrarlos. «Solo pido que no dejen de buscarlos», suplica Susana. Saray está más tranquila, porque el teniente de Llombai «también me ha dicho que estemos tranquilos, que nadie ha hablado de suspender la búsqueda y que seguirán el tiempo que sea necesario». No solo eso, «cuando me llama me va informando de los equipos que están buscando y dónde, ya sea de la Guardia Civil o de la UME, los buzos o los perros».

Sumarse a las denuncias

Ni los hijos de Paco ni la mujer de Javi y madre de Susana se han sumado aún a ninguna de las denuncias presentadas contra el president de la Generalitat, la destituida consellera Pradas, los responsables ya cesados de Emergencias, el presidente del Gobierno de España o los dirigentes de la Confederación Hidrográfica del Júcar o la Aemet. Pero solo es cuestión de tiempo y de ir resolviendo lo urgente para acabar centrándose en lo importante. «Queremos ver cuál es la que más posibilidades tiene. Ya lo veremos en el futuro», anuncia Saray. En similares términos se expresa Susana. 

Las dos familias, y probablemente también la de Elisabet, tienen claro que reclamarán justicia «porque todo lo que podía hacerse mal, lo hicieron mal. Empiezo a pensar que lo hacen a propósito. No puedo creer que haya tanta persona inepta en tantos sitios estratégicos. Ya no es que no enviaran la alerta, que también, y que, por cierto, a mí, en Montserrat, me llegó a las 21.45 horas, es que después no había nadie al volante. Un mono lo habría hecho mejor...», lamenta con profundo dolor e indignación Saray. «¡Es que ni el alcalde de mi pueblo se ha molestado en llamar y preguntar! Tan solo un policía local de Montroi, que me llamó para pedirme disculpas por no haber sido más diligentes. La falta de humanidad y de tacto ha sido, y es, increíble. Un día se me plantó delante de mi casa una mujer del ayuntamiento y, a grito pelado, sin acercarse ni llamar al timbre, me gritó: ‘¡Oye, que han encontrado un cuerpo!’. Para luego decirme que no era el de mi padre. O cuando en la comisaría de Policía Local me decían ‘no hace falta que vengas cada hora a preguntar, si no te llamamos, es que no ha aparecido’. O que se presentaran a las tres semanas agentes del Seprona para preguntarme que cuál era el punto exacto donde se había quedado varado el coche de mi padre y donde estuvieron mis hijos y él durante dos horas, sobre el techo, hasta que él se resbaló o se lo llevó el agua. ¡Tres semanas después! O que yo fuese al día siguiente a decir que mi padre seguía desaparecido, y se apuntaran su nombre en un folio cochambroso y no me llamaran hasta dos semanas más tarde, cuando yo no podía salir de Montserrat. O que los psicólogos de lo que montaron en Feria Valencia llamasen a mi hermano y a mi tío, porque ellos formalizaron la denuncia en València, pero no a mí ni a mis hijos, a pesar de que mi hermano le pidió expresamente a la psicóloga que nos prestaran ayuda...». La lista es interminable. Y esta mujer ni siquiera está haciendo ruido; lo cuenta en esta entrevista porque se le pregunta. 

Al menos en eso, con Susana han hecho bien las cosas. «A mí me llamó una psiquiatra de Feria Valencia enseguida y desde entonces me está tratando. Me está sirviendo de mucha ayuda, la verdad. Las consultas con ella y haber vuelto al trabajo me están ayudando a no estar pensando todo el rato en lo que pasó». Y lo que pasó es que se ha quedado sola de un plumazo porque la falta de aviso hizo que la gente siguiera con su vida. Como su marido y su hija, que pasaban unos días en la casita de campo que Javi había comprado décadas atrás, «cuando aún era soltero. Estábamos pasando unos días allí y el domingo me trajeron a València, donde vivimos, porque yo trabajaba al día siguiente. A las 18.00 horas de ese martes, día 29, me escribió un último wasap, en el que me decía que estaba pasando mucha agua por delante de casa«. Después, nada. A su hija la encontraron muerta en la playa del Mareny el jueves. La enterró sola. De su marido y los dos vehículos sigue sin noticias 60 largos días con sus noches después. Lo más probable es que Javi, como su hija Susana, acabase en el mar, pero ante la posibilidad de que esté enterrado bajo una losa de fango en algún punto del Túria, la búsqueda en ese cauce, el más al norte de los tres en los que ha habido víctimas, se mantiene por parte de Guardia Civil, UME, Ejército y bomberos.

«Mamá, el ‘iaio’ se ha muerto»

Y lo mismo sucede con los otros dos, el del Poyo, en el centro, y el del Magro-Xúquer, al surEn el primero desaparecieron Elisabet y su madre, Elvira Martínez, cuando se dirigían en su Ford Focus negro a su trabajo en el hotel La Carreta, en la A3, desde su domicilio, en Cheste. Nunca llegaron porque en la rotonda del motorista, junto al circuito Ricardo Tormo, fueron desviadas porque la autovía era ya un pantano. Elisabet aún envió vídeos a su jefe explicándole que tenía muy difícil llegar. Debieron buscar un atajo. El cuerpo de Elvira, que tenía 64 años y ese día ya había terminado su jornada, pero fue a llevar a su hija, fue encontrado días más tarde barranco abajo, en término de Quart. Del de Elisabet y del coche no hay ni rastro aún.

Y en algún punto del Magro, del Xúquer, en el que desemboca en Algemesí, o del mar, que alcanza en Cullera, debe estar el cuerpo del tercer desaparecido, Paco. Esa tarde, como todas las demás, siguió su rutina porque nadie le dijo que los ríos y barrancos venían enloquecidos. A él lo pilló muy cerca de casa, un chalé de la urbanización les Valletes, cuando llevaba a sus nietos, Ruth, de 5 años, y Alejandro, de 10, como cada tarde, de su casa a la de su hija Saray, en Montserrat. El agua le entró en el coche y lo paró y la corriente lo estampó entre una farola y una palmera a la entrada del polígono. Trabajadores de una empresa, Abuc, intentaron, en vano, advertirle del peligro. El hombre tuvo tiempo de subir a los niños al techo y encaramarse él también. Aguantaron dos horas. Alejandro abrazó a su hermana y se sujetaron al tronco de la palmera. O eso supone Saray, porque el niño sigue sin hablar. «No sé cómo ayudarle», se compunge su madre.

Los trabajadores les echaron cuerdas y cables, pero la corriente se lo llevaba todo. Solo se escuchaba el rugido del agua arrastrando todo a su paso. La luz hacía horas que se había ido. Junto con la cobertura. Los empleados les iluminaban con los faros de una furgoneta de vez en cuando. Una de ellas, Paco ya no estaba. Solo los niños, aferrados entre sí y aterrorizados.

Más allá de las ocho, cuando la estéril alarma con ese mensaje insustancial y simplón que los de Emergencias tardaron casi dos horas en consensuar, hacía unos minutos que había sonado, «un vecino de la urbanización que llegaba en su furgoneta y que ya había rescatado por el camino a una mujer y a una adolescente, los bajó del coche y los llevó a su casa». Los duchó, cambió y dio de comer. 

Los niños le fueron entregados por la Policía Local a Saray, ajena a todo en casa –»los teléfonos no funcionaban. Por eso, yo creía que estaban los tres en casa de mi madre y ella, que estaban todos conmigo, en la mía»; bendita caída de las líneas– al filo de las once de la noche. «Mamá, el ‘iaio’ se ha muerto», fue lo primero que le dijo Ruth. «No, mamá, se fue nadando», replicó su hermano. Ninguno de ellos ha vuelto a contar nada de lo que pasaron durante esas dos horas de terror. Tampoco de cómo vieron que a su abuelo se lo llevaban las aguas para siempre. Ni por qué su silla seguía vacía en Navidad.

¿Qué le diría a Carlos Mazón si lo tuviera ante usted? Idéntica pregunta para todos. Y respuestas casi gemelas. Susana: «[Guarda un silencio prudente] Cuando un vecino tiene una urgencia, tú lo dejas todo y sales corriendo a ayudar, ¿no? No te quedas esperando. Hay mucho daño material y mucho que reconstruir, pero las vidas no se podrán reconstruir nunca». Samuel, el hijo menor de Paco:«Que cuánto le costó la comida en El Ventorro. Por no decir lo que pienso realmente, porque no quiero cometer un delito. Se resume en una palabra:indignación. El desastre antes y después en su gestión no tiene nombre». Su hermana Saray emite la sentencia final:»A Mazón le diría que acepte las consecuencias. Tendría que pagar de su bolsillo, él y todos los que fallaron ese día, todos los que tenían la obligación de velar porque todo hubiese funcionado como debía y no lo hicieron. El dinero no debería salir de las arcas públicas, sino de los bolsillos de quienes fallaron y mostraron, ese día y todos los de después, una absoluta falta de humanidad».

17 días sin hallazgos

Mohamed Beladi Moussa, un sinhogar de 59 años muerto en Paiporta, es la última de las 223 víctimas mortales halladas. Todas están identificadas y entregadas a sus familias. Moussa fue encontrado a 300 metros de donde sobrevivía, junto a la estación de metro de Paiporta –el municipio con más hallazgos de cadáveres: 45–, el pasado 12 de diciembre, 44 días después de la barrancada. Desde entonces, nada. De esos 223 fallecidos, casi la mitad tenía más de 70 años (15 tenían más de 90) y dos de cada tres muertos eran hombres. La mayor parte fallecieron atrapados en plantas bajas anegadas. Del total, nueve eran menores de edad: siete tenían entre 3 y 7 años y dos chicas tenían 11 y 17 años.

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