César en Ategua

En el año 49 antes de Cristo estalló un conflicto civil entre Pompeyo y Julio César, que cambiaría el devenir del Estado romano. La muerte de Cneo Pompeyo el Magno tras la batalla de Farsalia -a la que el gran poeta cordobés Lucano dedicaría su famoso poema épico– no puso fin a la guerra civil, y los últimos efectivos pompeyanos vinieron a refugiarse en Hispania, sabedores de los sentimientos anticesarianos suscitados en la provincia Ulterior. Aún estaban abiertas las heridas provocadas por los abusos de poder del anterior gobernador, Quintus Cassius Longinus, elegido directamente por César.

En el 46 volvió a estallar la guerra. Muchas ciudades de la Hispania Ulterior se inclinaron por Cneo y Sexto, los hijos de Pompeyo, que encontraron en Corduba su principal fortín, pero la victoria sin paliativos de César en la batalla de Munda, el 17 de marzo del 45 a. C, y la posterior destrucción de gran parte de la ciudad de Corduba, acabaron con las aspiraciones del bando pompeyano, y César pudo regresar a Roma para ser investido como dictador perpetuo.

El Bellum Hispaniense es una obra donde se narra la segunda campaña desarrollada por Julio César en el territorio de la Hispania Ulterior, esta vez contra los hijos del Magno. Aunque César destacó también como orador y escritor, no está acreditado que fuera el autor de esta famosa obra, que debió escribir, en todo caso, alguien muy cercano y que presenciara los sucesos que allí se narran. Podemos, por tanto, rastrear el paisaje de aquellos lejanos tiempos gracias una obra literaria que tuvo en el solar cordobés uno de sus más decisivos y documentados escenarios.

Se ha querido identificar Munda con los Llanos de Vanda, cerca de Montilla -sobre todo desde que en 1940 Adolf Schulten apoyó de manera contundente esta propuesta que previamente había hecho el coronel Eugéne Stoffel, colaborador de Napoleón III- pero todavía no está claro el sitio del Campus Mundensis. Lo que no ofrece duda es la ubicación de Ategua, escenario de la «penúltima victoria del creador del mundo occidental», en palabras de Juan Bernier. A unos seis kilómetros de la pequeña población de Santa Cruz, en dirección este, se encuentra este yacimiento arqueológico de enorme importancia, una ciudad que estuvo habitada desde el neolítico pero que pasó a los anales de la historia gracias a los acontecimientos bélicos del 45 a. C.

Julio César había fracasado en su intento de hacerse con Corduba, la capital oficiosa de la Hispania Ulterior, bien amurallada y pertrechada; y resultaba prioritario dar solución al aprovisionamiento de sus hombres si quería ganar la guerra; así que las legiones cesarianas se pusieron en camino hacia la fortaleza pompeyana de Ategua, que almacenaba grandes reservas de trigo procedentes de las fértiles tierras de las inmediaciones. Lo hizo siguiendo la vía más directa, la actual vereda de Granada, una calzada romana que desde Corduba llegaba hasta Illiberri, pasando por Ategua, de la que le separaban unas doce millas, es decir, menos de seis horas de camino.

El sendero GR-43

En esta ruta, que discurría «por gargantas y desfiladeros», las tropas de Cneo Pompeyo capturaron algunos carros pertenecientes al ejército de César que habían quedado retrasados en su marcha. Actualmente la vereda de Granada es parte del camino mozárabe y también está señalizada como sendero de gran recorrido, el GR-43, por lo que es posible seguir sin ninguna dificultad los pasos de las legiones de César.

Aún se conservan sendos puentes romanos de un solo ojo en los arroyos de Trinidades y Fontalba. El primero se encuentra actualmente sepultado por el barro, y tuve que eliminar la broza del lecho seco del arroyo para sacar a la luz algunas de sus dovelas. El segundo se ha puesto en valor recientemente, incluyendo un cartel explicativo. Al tratarse de un yacimiento arqueológico, para visitar Ategua, protegida en todo su perímetro por una valla metálica, debe solicitarse previamente permiso a la Consejería de Cultura. Pero nada nos impide acercarnos a las inmediaciones de la loma de Teba, denominación que recibe Ategua en el plano topográfico, situada a 320 metros de altitud, para revivir los dramáticos acontecimientos que allí se produjeron y llegar hasta las espectaculares canteras de donde se sacaron las piedras con las que se levantaron sus muros, un mirador privilegiado de todo el valle del Guadajoz, el Salsum flumen de las crónicas romanas. Desde allí se divisan, entre otras poblaciones de la Campiña, Espejo (antigua ciudad romana de Ucubi, fiel a los Pompeyos) y Montemayor (pueblo identificado como Ulía, una de las pocas ciudades que se mantuvo leal a César y que sufrió el asedio de Cneo Pompeyo hasta que pudo acudir en su auxilio). Al sureste de Santa Cruz se encuentra el vértice geodésico Harinillas, de 284 metros de altitud, que Schulten identificó como el estratégico enclave de Castra Postumiana, recinto fortificado donde se produjo un enfrentamiento entre las tropas de César y Cneo Pompeyo, cuando éste, dando un rodeo por la vía Corduba-Málaca y luego por la vía Obulco-Ulía, trató de acercarse a Ategua por el suroeste.

Cerros y tierra fecunda

El paisaje que se domina desde lo alto de las canteras de Ategua no debe diferir mucho de la panorámica que desde el mismo lugar se tendría hace dos mil años. El Bellum Hispaniense describe un paisaje ondulado, con hábitats levantados en los cerros y una tierra fecunda, donde la sequía estival y las espesas nieblas invernales eran, como hoy, una característica distintiva. Numerosas prospecciones arqueológicas han puesto de relieve el enorme nivel alcanzado por la producción y exportación del aceite bético en época romana, pero eran los cereales, y especialmente el trigo, el principal cultivo de la Campiña de Córdoba. Se han encontrado una serie de graneros subterráneos de época ibero-romana en los cortijos Trinidades, Valdepeñas y del Encineño, destacando el «campo de silos» aparecido en el Cortijo Nuevo de La Silera, formado por diez enormes graneros subterráneos, que estaban situados junto a la vía Corduba-Malaca, por donde parte de la producción almacenada pudo ser comercializada.

Proyectiles naturales

La menor presión agraria a la que ha sido sometida los alrededores de Ategua ha permitido que aquí busquen refugio el zorro, el tejón, la perdiz roja, el chotacabras cuellirrojo, el mochuelo común, el cernícalo vulgar o el buteo ratonero

No existe matorral alguno en Ategua, aunque al abrigo de las milenarias piedras crecen tres plantas que ocupan un lugar destacado en esa interesante disciplina conocida como etnobotánica: la mandrágora, la alcaparra y el cohombrillo amargo o pepinillo del diablo. Este último muestra un peculiar modo de dispersión de sus semillas. Y es que al menor contacto, sus frutos, que tienen forma de pepinillo, se abren violentamente arrojando las semillas a larga distancia, como si fueran glandes inscriptae, proyectiles de honda que formaban parte de los equipos militares desplegados por los ejércitos combatientes en Hispania y que aparecen con relativa frecuencia en los campos que fueron escenario de los enfren

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