Boca debe volver a creer en Boca
El club afronta un partido clave para el ciclo de Gago a menos de un mes del inicio de la competencia.
Demasiado pronto en el almanaque y en la Copa, Boca afronta un partido límite. De esos que delimitan un antes y un después. El problema no es haber perdido 1 a 0 con Alianza hace una semana en Lima dejando la mala imagen que se dejó. Muchas veces Boca ha afrontado estas situaciones y las ha podido remontar. Sobre todo, definiendo en la Bombonera.
El tema excede lo poco que expone y contagia el equipo que dirige Fernando Gago. Y es que este Boca no inspira confianza, no cree ni hace creer. Los jugadores y el técnico con sus decisiones antes y durante los partidos, transmiten inseguridad dentro de la cancha. Y esa inseguridad se traslada a las tribunas. Aunque bien podría hacerse el recorrido inverso: los hinchas no creen en el equipo, no se sienten representados. Y ante la primera falla, esa desconfianza baja y se esparce sobre el verde césped como un mensaje envenenado.
Aquellos Boca rocosos y campeones de todo que armaron Juan Carlos Lorenzo (1976/1979) y Carlos Bianchi (1998/2001 y 2003/2004) podían jugar mejor, peor o directamente mal. Pero los hinchas confiaban en ellos. Veían jugadores y técnicos que sabían estar en los partidos grandes y decisivos y a los que nadie podía llevárselos por delante o acusar de una actitud negativa. Absorbían la presión y esa presión los agrandaba. Ahora es todo lo contrario. El actual plantel xeneize da la sensación de estar falto de aquella mística. Y de empequeñecerse ante el primer viento que les sopla en contra. Acaso porque soporta una carga emocional negativa que, estimulada desde las redes sociales y ciertas terminales periodísticas, baja de las tribunas de la Bombonera.
Los equipos inmensos como Boca, desde siempre convivieron con el mandato excluyente de la victoria. A los jugadores nuevos que llegaban, Lorenzo los llamaba aparte y les decía: «No se confunda, usted no está en Boca, usted está en Deportivo Ganar Siempre». Pero en los últimos quince años, ese mandato pesa cada vez más. Acaso porque las nuevas generaciones de hinchas boquenses, tan fervorosas como exitistas, no admiten no ganar, ni siquiera empatar. Si la derrota no entra en los planes de ningún hincha, los de Boca la perciben como una traición a los colores y al escudo. Les asiste todo el derecho a la queja. Pero a veces, los silbidos, los murmullos y los insultos resultan exagerados y no colaboran. En ese clima, el jugador se nubla, se bloquea y juega apurado. Por lo general, le sale todo mal.
La Copa Libertadores es para Boca, la medida del éxito y el fracaso. El altar que justifica todos los sacrificios. La obsesión por volver a ganarla se multiplica cada año y no beneficia a nadie. Sería un golpe durísimo no poder dar vuelta la serie con los peruanos y quedarse afuera en una fase preliminar, sin siquiera tener el consuelo de regresar a la Copa Sudamericana. Pero el riesgo está. Y por eso, el viejo estadio de la Ribera será un polvorín. Por una noche, Boca deberá volver a creer en Boca. Si los jugadores y Gago aprueban este examen, las semanas que vienen habrá que jugar una tercera fase para poder llegar a la Copa. Si no lo aprueban, el pronóstico anticipa tormentas fuertes sobre la Bombonera y el predio de Ezeiza.