Kamasi Washington, el gran gurú del jazz actual: «Que tu hija viva en un mundo que avanza en una dirección tan oscura da mucho miedo»

Aunque en sus orígenes o en la era del swing el jazz fuera una música concebida esencialmente para el baile, hoy en día este es para muchos un género más bien contemplativo que acompaña de fondo en una cena o que se disfruta sentado en un club o un teatro. No son habituales los conciertos de jazz con el público en movimiento, aunque en los últimos tiempos esto esté volviendo a cambiar. Ya hemos hablado aquí de la escena de jazz de Londres, con su fusión de sonidos de diferentes procedencias y su vecindad con la música electrónica. Pero antes de que esa escena se convirtiera en lo que es hoy, ya había un tipo en Los Ángeles que había conseguido hacer de nuevo del jazz una música que olía a modernidad, atractiva para el público joven que frecuenta los festivales de nuevas tendencias y, en algunos momentos, incluso bailable. Con su último disco, que publicaba el pasado mes de mayo, la declaración de intenciones aparecía ya impresa en su propio título, Fearless Movement (Movimiento sin miedo): sí, Kamasi Washington quiere que bailemos, o que al menos movamos unos cuantos músculos mientras le escuchamos.

«Cuando comencé a componer esta nueva música tenía en la cabeza la idea de gente bailándola, ese fue uno de los principales puntos de inspiración», cuenta el músico por teléfono desde Los Angeles, donde la llamada le pilla conduciendo. «Me parece bien cualquier forma en que la gente quiera disfrutar de la música o de este disco, pero creo que hay algo muy bonito, mágico, en que la música sea capaz de hacer moverse a un persona. Además es divertido, me encanta ver cuando eso sucede», sostiene el artista célebre por sus túnicas y su espectacular pelo afro, una figura impresionante con hechuras de gurú listo para oficiar una especie de rito en el escenario. Estos días, Washington recala en España para ofrecer sendos conciertos en Barcelona (el 23 de marzo en la sala Razzmatazz, dentro del festival de jazz de la ciudad) y el 24 en Madrid (La Riviera). Unas fechas que llegan después de que tuviera que suspender su gira del pasado otoño por unos problemas de espalda que ahora ya parecen solucionados.

No es Fearless Movement un disco de electrojazz, ni de una fusión integral entre el jazz y el hip hop o el r’n’b como suele hacer su amigo Robert Glasper. En realidad sí es esto último un tema como Get Lit, en el que el rapero D Smoke se alterna a las voces con el gran George Clinton en una canción que mezcla dos sonidos con el mismo origen como son el hip hop del primero y el soulfunk del segundo. Pero, en general, no estamos ante un disco bailable como lo entendería la mayoría, aunque lo cierto es que se hace muy difícil no moverse cuando se escuchan temas como el que abre el disco, Lesanu, un maravilloso festín rítmico más cercano a lo que alguna vez se llamó mod jazz que a las hibridaciones antes mencionadas. Hay también en este álbum ritmos casi tribales, gospel, retazos de afrobeat o de space jazz a lo Sun Ra reiterpretados con una enorme libertad. Washington navega todos esos ritmos a lomos de un saxo a veces relajado, que casi pareciera orar, y a veces abrasivo, con un protagonismo discreto que permite que se luzcan un grupo amplio de instrumentos, porque él siempre ha sido un músico de formaciones extensas. André 3000, el rapero mitad del mítico dúo Outkast reconvertido ahora en músico experimental, es otro de los invitados, que compone y toca la flauta en uno de los cortes.

El motor creativo de Washington es puramente jazz, en el sentido de dar rienda suelta a la improvisación en la parte compositiva y en un trabajo en el estudio que se parece mucho al del directo. «Voy con una idea, quizá algo escrito, pero cuando empezamos a grabar, de repente en mi cabeza suena algo nuevo», explica el artista, que pone un ejemplo. «Prologue, la última canción del disco, no es mía, es una composición de [el músico argentino] Astor Piazzola. Yo ya venía con la idea de hacer una versión muy libre, y me puse a tocarla y crearla sobre la marcha con [el pianista] Cameron Graves. Entonces se metió Brandon Coleman con esa batería, con ese ritmo, y de repente todo se alineó exactamente como tenía que ser. Así era como la íbamos a hacer». Lo que en Piazzola es un tango clásico aquí se sube a un ritmo velocísimo que es casi drum’n’bass tocado con baquetas y pedales de bombo. «Eso pasa a menudo con la música: a veces sigues la idea que tenías en la cabeza y a veces sigues lo que la propia música te dice. Siempre procuro llegar a grabar con el espíritu abierto».

2015, año épico

Sobrino de una célebre bailarina y coreógrafa, Lula Washinton, y con formación en etnomusicología en la Universidad de California Los Ángeles (UCLA), en sus años de formación tocó junto a profesores como el legendario guitarrista Kenny Burrell y montó un cuarteto en el que ya figuraban Graves o el después muy celebrado Thundercat, que siguen trabajando con él de manera más o menos fija desde entonces. Pero Washington no pasaba de ser un talentoso músico local, un treintañero enamorado de músicos como Eric Dolphi, Ornette Coleman, Sun Ra, Pharoah Sanders o John Coltrane, hasta que llegó 2015 y lo cambió todo.

En marzo de aquel año, el rapero Kendrick Lamar publicó To Pimp A Butterfly, un álbum en el que él no solo ponía el saxo, sino que también se ocupaba de los arreglos de cuerda. Ese disco sigue siendo hoy uno de los mejores cinco de lo que llevamos de siglo, pregunte al crítico que pregunte. Un par de meses después llegaba su propio turno, el lanzamiento de su largo de debut como líder: The Epic. Aquel fue el disco que lo cambió todo, con su título acertadísimo para describir el despliegue de nueve músicos de jazz, una orquesta con 32 miembros y un coro de 20 rodeando al maestro. Tres horas de música que recorrían un camino que iba de los espirituales al bop, del soul al funk y al free jazz, y donde el Clair de lune de Debussy se convertía en una bonita y sofisticada balada. Todo perfectamente empastado, como queriendo abarcar ese universo que salía a sus espaldas en la portada del álbum. Fue su salto al olimpo, a convertirse en lo más parecido a una celebrity que pueda haber en este estilo musical. «El músico de jazz sobre el que más se ha hablado desde que Wynton Marsalis irrumpió en la escena de Nueva York hace tres décadas», dijo de él entonces The New York Times.

El año siguiente el músico deslumbraba en festivales ‘modernos’ como Coachella o el Primavera Sound sin haber cedido un ápice en lo que es un compromiso absoluto con el jazz. Su explicación de esa capacidad para llegar a audiencias que no son las tradicionales de esa música es de primeras un poco más cósmica. «A la gente le gusta la música que sienten que les habla a ellos, por eso creo que mi secreto es solamente que hago música honesta que refleja lo que soy, y que probablemente conecta con quien sea que la escucha. La música que nos gusta es la que le habla a nuestro espíritu», dice. Pero después ofrece un argumento algo más pegado a la tierra. «Los Ángeles es una ciudad en la que hay tanta música, tantos locales y tantas audiencias diferentes para las que tocar que es como un microcosmos del mundo entero. Antes de ser conocidos, nosotros tocábamos para todo tipo de públicos, y aunque lo que hacíamos sin duda era jazz, hablaba a tipos de audiencias diversos, y esto lo hacía muy universal».

El mundo y el jazz para un padre

Tres álbumes y diez años después de aquel épico The Epic, Kamasi Washington es hoy un músico casi idéntico al que era. No solo en lo estilísitico. Sigue todavía, por ejemplo, abonado a las grandes formaciones: sin llegar a los niveles de aquel disco, estos días en España lo veremos con una banda de ocho músicos en el escenario. Lo que ha cambiado algo más es su vida personal. En el proceso que llevó a su último álbum, que todavía es el que recoge los ‘frutos’ de la pandemia (el anterior, The Choice, es de 2018), el artista se convirtió en padre, y reconoce que la experiencia ha llegado a influir en su música. «De repente hay alguien en tu vida que es más importante que tú mismo, y a quien quieres con un amor que no puede ser comparado con nada: tener ese vínculo tan especial te cambia la perspectiva, tu forma de entender quién eres tú en el mundo, y si tu música es honesta, le acaba afectando«. El resultado más visible de esto es que su hija Asha es la ‘compositora’ de la segunda canción del disco, titulada Asha The First y que se construye sobre una sencilla frase musical que fue la primera que la niña, poco más que un bebé, consiguió sacarle a un piano de juguete.

La pregunta, aquí, es obligada: ¿Le preocupa al músico, ahora que es padre y que en su país gobierna quien gobierna, el futuro que le pueda esperar a su hija? «Sí. Es aterrador -contesta-. Que tu hija viva en un mundo que avanza en una dirección tan oscura da mucho miedo. Yo querría que lo hiciera en un mundo lleno de comprensión, de amor y de entendimiento, donde las personas cuidaran unas de otras en lugar de aprovecharse de ellas. Creo que el mundo está lleno de gente que quiere que este sea un lugar hermoso, y que el bien en última instancia se impondrá. Pero es muy preocupante».

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