EL CAIRO (AP) — Alrededor de la 1:30 de la madrugada, cuando comenzaron las primeras explosiones en Gaza esta semana, un médico británico de visita se asomó al balcón de un hospital en Jan Yunis y observó las estelas de misiles que iluminaban la noche antes de devastar la ciudad. Un cirujano palestino a su lado exclamó: “¡Oh, no! ¡Oh, no!”.
Tras dos meses de alto al fuego, el horror del bombardeo israelí estaba de regreso. El cirujano veterano le indicó a Sakib Rokadiya, el médico visitante, que mejor se dirigieran a la sala de urgencias.
Pronto llegaron cadáveres desgarrados, transportados en ambulancias, carros tirados por burros o en brazos de familiares aterrorizados. Lo que sorprendió a los médicos fue la cantidad de niños.
“Niño tras niño, paciente joven tras paciente joven”, dijo Rokadiya. “La gran, gran mayoría eran mujeres, niños y ancianos”.
Ese fue el inicio de 24 horas caóticas en el Hospital Nasser, el más grande del sur de Gaza. Israel rompió la tregua que estaba vigente desde mediados de enero con un ataque sorpresa que comenzó la madrugada del martes y que tenía como objetivo presionar a Hamás para que liberara a más rehenes y aceptara cambios en los términos del alto al fuego. Se convirtió en uno de los días más mortíferos en los 17 meses de guerra.
Los bombardeos mataron a 409 personas en Gaza, incluyendo 173 niños y 88 mujeres, y cientos más resultaron heridos, según el Ministerio de Salud del territorio, cuyo recuento no distingue entre extremistas y civiles.
Más de 300 víctimas acudieron en masa al Hospital Nasser, el cual, al igual que otras instalaciones médicas en los alrededores de Gaza, ha sufrido daños por las incursiones y ataques israelíes durante la guerra, que lo dejaron sin equipo esencial. Además, escaseaban los antibióticos y otros productos esenciales. El 2 de marzo, cuando la primera fase de seis semanas del alto al fuego temporal expiró técnicamente, Israel bloqueó la entrada de medicamentos, alimentos y otros suministros a Gaza.
La sala de urgencias del Hospital Nasser estaba llena de heridos, de acuerdo con una escena descrita a The Associated Press por Rokadiya y por Tanya Haj-Hassan, pediatra estadounidense —ambos voluntarios de la organización de beneficencia Medical Aid for Palestinians (Ayuda Médica para Palestinos). Los heridos provenían de Jan Yunis y Rafah, más al sur, y de un campamento que alojaba a desplazados y fue incendiado por los misiles.
Una enfermera intentaba reanimar a un niño tendido en el suelo con metralla en el corazón. Un joven que había perdido casi todo el brazo estaba sentado cerca y temblaba. Un niño descalzo llevaba en brazos a su hermano menor, de unos 4 años, que había perdido un pie en una explosión. Había sangre con fragmentos de hueso y tejido por todas partes en el suelo.
“Estaba abrumada, corría de un lado a otro, intentaba decidir a quién priorizar, a quién enviar a quirófano, a quién declarar un caso sin posibilidad de recuperación”, dijo Haj-Hassan.
“Es una decisión muy difícil y tuvimos que tomarla muchas veces”, agregó en un mensaje de voz.
Las heridas pueden pasar desapercibidas fácilmente. Una niña parecía estar bien —sólo le dolía un poco al respirar, le contó a Haj-Hassan—, pero al desvestirla determinaron que tenía una hemorragia pulmonar. Al examinar entre el cabello rizado de otra niña, Haj-Hassan descubrió que tenía metralla en el cerebro.
De dos a tres heridos a la vez eran colocados en una camilla para llevarlos a toda prisa a cirugía, detalló Rokadiya.
Él garabateaba notas en trozos de papel o directamente en la piel del paciente: —este para cirugía, este para el escáner. Escribía nombres cuando podía, pero muchos niños eran traídos por desconocidos —sus padres muertos, heridos o perdidos en el caos. Así que a menudo escribió: “DESCONOCIDO”.
El doctor Feroze Sidhwa, cirujano traumatólogo estadounidense originario de California, quien colabora con la organización benéfica médica MedGlobal, acudió de inmediato a la zona a donde el hospital trasladó a los pacientes en peor estado pero que aún se consideraba que era posible rescatar.
Pero la primera niña que vio —de 3 o 4 años— estaba demasiado grave. Su rostro estaba destrozado por la metralla.
“Técnicamente seguía viva”, señaló Sidhwa, pero con tantas otras víctimas “no había nada que pudiéramos hacer”.
Le dijo al padre de la niña que iba a morir. Posteriormente, Sidhwa realizó unas 15 operaciones, una tras otra.
Khaled Alserr, cirujano palestino, y un cirujano voluntario irlandés hacían lo mismo. Hubo una mujer de 29 años con la pelvis destrozada y la red de venas alrededor de los huesos sangraba profusamente. Hicieron lo que pudieron en la cirugía, pero falleció 10 horas después en la unidad de cuidados intensivos.
Hubo un niño de 6 años con dos perforaciones en el corazón, dos en el colon y tres más en el estómago, refirió Sidhwa. Repararon las perforaciones y le reanimaron el corazón tras sufrir un paro cardíaco. Él también falleció horas después.
“Murieron porque la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) simplemente no tiene la capacidad para atenderlos”, lamentó Sidhwa.
Ahmed al-Farra, jefe del Departamento de Pediatría y Obstetricia, indicó que esto se debió en parte a que la UCI no tiene antibióticos potentes.
Sidhwa recordó que se encontraba en el Centro Médico de Boston cuando ocurrió el atentado explosivo en la Maratón de Boston de 2013, que mató a tres personas y envió a unos 260 heridos a hospitales de la zona.
El Centro Médico de Boston “no podría gestionar esta afluencia de casos” vistos en el Hospital Nasser, apuntó.
Rokadiya se maravilló de cómo el personal del hospital se cuidaba mutuamente bajo presión. Los trabajadores circulaban con agua para dar sorbos a médicos y enfermeras. El personal de limpieza retiraba rápidamente la ropa ensangrentada, las mantas, los pañuelos desechables y los desechos médicos acumulados en el suelo.
Al mismo tiempo, algunos miembros de la familia del personal perdieron la vida en los ataques.
Alserr, el cirujano palestino, tuvo que ir a la morgue para identificar los cuerpos del padre y el hermano de su esposa.
“Lo único que vi fue un paquete de carne y huesos, derretido y fracturado”, dijo en un mensaje de voz, sin dar detalles sobre las circunstancias de sus muertes.
Otro miembro del personal perdió a su esposa e hijos. Un anestesiólogo —cuya madre y otros 21 familiares murieron en una etapa más temprana de la guerra—, se enteró más tarde de que su padre, su hermano y un primo habían muerto, contó Haj-Hassan.
Alrededor de 85 personas murieron en el Hospital Nasser el martes, entre ellas unos 40 niños de entre 1 y 17 años, reveló al-Farra.
Los ataques continuaron durante toda la semana y han matado a varias docenas de personas más. Al menos seis figuras prominentes de Hamás se encontraban entre los muertos el martes.
Israel anunció que continuarán los ataques a Hamás y exige la liberación de más rehenes —a pesar de que ha ignorado los requisitos de alto al fuego para negociar primero un fin a largo plazo de la guerra. Israel argumenta que no tiene por objetivo a civiles y culpa a Hamás de sus muertes porque opera entre la población.
Con el bombardeo del martes, el primer ministro Benjamin Netanyahu también aseguró el regreso a su gobierno de un partido de derecha que había exigido la reanudación de la guerra, lo que consolidó su coalición antes de una votación presupuestaria crucial que podría haberlo derrocado.
Haj-Hassan aún revisa a los niños en la UCI de Nasser. La niña con metralla en el cerebro todavía no puede mover el lado derecho de su cuerpo. Su madre acudió a verla —cojeaba por sus propias heridas, y le contó a Haj-Hassan que las hermanas de la pequeña habían muerto.
“No puedo procesar ni comprender la magnitud de la matanza masiva y la masacre de familias mientras dormían que presenciamos aquí”, dijo Haj-Hassan. “Este no puede ser el mundo en el que vivimos”.
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Las periodistas de The Associated Press Julia Frankel, en Jerusalén, Fatma Khaled, en El Cairo, y Sarah El Deeb, en Beirut, contribuyeron a este despacho.