«El fin justifica los medios» es una expresión que significa que cuando el objetivo es importante, cualquier medio para lograrlo es válido, incluso aquellos que se consideran inmorales o legalmente cuestionables. La expresión ha sido atribuida al filósofo político italiano Nicoló Machiavelli, aunque, por su origen impreciso, ha sido atribuida también a Napoleón o al teólogo Hermann Busenbaum.
Declaro mi absoluta incompetencia en el conocimiento del pensamiento político de Napoleón Bonaparte y mi ajenidad a la teología, excepto algunas lecturas de la teología de la liberación latinoamericana (tengo los tres tomos coordinados por Bobbio). Esta ha hecho hincapié, desde los años 60, en la necesidad del cambio social, en la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo ( así se llamaba en los 70, ahora hablamos de países «menos adelantados») y el compromiso contra toda forma de injusticia social.
Desde esa incompetencia, hoy necesito decir cosas porque no quiero contribuir al silencio y el vacío que nos paraliza, lo siento como un deber de mujer argentina e intelectual que se define «progresista». Y me gusta más la frase de Machiavelli que dice: «Los hombres se conducen principalmente por dos impulsos: por amor o por miedo». Piensen ustedes de qué lado pondrían al progresismo y sus políticas de inclusión.
Yo sé que en nuestra historia, el progresismo, su vinculación con la izquierda y el peronismo revolucionario y con su referente a veces abstracto de lo que es «el pueblo», no está exento de ambivalencias y contradicciones.
Destaco sin embargo que el papel central de este pensamiento lo ocupan las ideas de compromiso, cambio social y defensa de derechos.
No hace falta ser historiador para saber que esta corriente ideológica, sus lógicas y sus praxis tuvieron épocas felices (pocas y breves) y que no terminó de concretar una ruptura con la estructura social de una dominación de amplia genealogía en nuestro país. Y no quiero dejar de señalar que el análisis lúcido de muchos de nuestros intelectuales acerca de las lógicas políticas ancladas en dinámicas transnacionales, no alcanzó para contrarrestar sus nefastas aplicaciones y consecuencias en relación con el bienestar de todos los ciudadanos de estas tierras en momentos históricos diferentes y con suertes varias.
En parte, solo en parte, la falta de unidad de acción y las mezquindades (hagamos esto o lo otro, si no lo hacemos nosotros no vale, los otros no entienden etc.) en torno a la idea núcleo de justicia social, atentaron contra ello.
Vale aclarar acá que la justicia social es una bandera de la izquierda y del peronismo en argentina pero no es un invento de ellos. Se remonta a los orígenes de nuestro pensamiento occidental, a los griegos y romanos cuya idea de justicia se plasmó en el Derecho que heredamos: «dar a cada uno lo que le corresponde» (Corpus Iuris Civilis, de Justiniano).
A la vuelta de la esquina y con traiciones directas al Derecho, está el fallo que impacta desde el 10 de junio de 2025, el escenario político argentino, ya de sí convulsionado por el clima electoral de este año (que importa a pocos) y por los palos a los viejos, el destrato de médicos, enfermeros, maestros, curas, niños y discapacitados, la disolución de políticas de derechos humanos y de género, el hambre de los comedores, el desfinanciamiento de la educación pública en todos su niveles, incluida la investigación, la ignorancia de las provincias, el abandono de obras públicas (caminos, diques, hospitales, casas), la concesión regalada de tierras mineras, ríos y mares, el desguace de la industria nacional, la creciente desforestación, contaminación y desamparo del medioambiente, etc etc.
El nivel de sensibilidad de este proyecto político, hoy al frente del gobierno nacional en sus tres poderes, es equiparable al de las máquinas mortales de la película de Christian Rivers, con los leones de Trafalgar Square a la cabeza.
No creo que no se deba condenar la corrupción ni que se habilite la venganza o la violencia. Y lo subrayo con énfasis porque la crisis es también moral y nos atañe a todos.
Lo que sí creo es que esta es una derrota del progresismo ( y todas sus utopías) en tiempos muy duros.
Eduardo Barcesat – al quien no puede tildarse de kirchnerista- ha señalado que «la Corte firmó una detestable farsa jurídica», ejemplo perfecto de lawfare, en una situación de «excepcionalidad institucional», dado que la acusada ya había sido sobreseída (nadie puede ser juzgado dos veces por lo mismo ) y no hay ninguna firma de ella que la involucre directamente en la acusación de corrupción de una obra realizada en una provincia.
Vuelvo a Machiavelli: «Hay tres clases de cerebros, el primero discierne por sí, el segundo entiende lo que otros disciernen y el tercero no entiende ni discierne nada. El primero es excelente, el segundo es bueno y el tercero inútil».
Pongan ustedes a los jueces (no solo los Cortesanos) de la «detestable farsa jurídica» que el pueblo no eligió, en el grupo que les parezca.
Contra la izquierda que cómodamente dice «nunca hemos sido gobierno» o el peronismo que se victimiza como el perseguido histórico y sin ser peronista, ni militante montonera, ni kirchnerista, ni afiliada al trotskysmo, digo desde este lugar de pensamiento progresista que ayer (y antes de ayer y también mañana), el gran arco que comprende al pensamiento popular argentino (también latinoamericano) ha sufrido un duro golpe en su filosofía política y su praxis que piensa en los otros/ otras (todos nosotres) desde un lugar de transformación social que yo siempre he considerado absolutamente necesaria: igualdad, justicia y derechos para todas y todos.
Desde la docencia – y cuando me ha tocado, desde la gestión política- he trabajado por el cambio, comenzando por la enseñanza, para formar jóvenes que piensen, analicen, se comprometan, cooperen y contribuyan de manera activa al desarrollo de nuestro país, nuestro pueblo, nuestras viejas utopías de superación e igualdad en una sociedad más justa para poner en marcha y de una vez por todas, el amor y no el miedo.
Volvería citar a Machiavelli pero prefiero a Erri de Luca en su última novela «Las reglas del mikado»: «La injusticia angustia, devora y una vez en marcha, no necesita causa alguna».