Por Pedro Jorge Solans . Escritor y periodista.
Especial.
En 2003, mientras el mundo contenía la respiración, las tropas norteamericanas e inglesas tomaron las calles y rutas de un Bagdad devastado. La justificación oficial de la invasión era la búsqueda de armas de destrucción masiva, y los soldados occidentales registraron cada casa iraquí con la convicción de que ocultaba un arsenal químico. Los reporteros de guerra se afanaban por encontrar alguna evidencia que legitimara la masacre. La ansiedad llegó al extremo de confundir un depósito de agroquímicos con un almacén de armas prohibidas.
Un sueño argentino frustrado más. El misil cóndor.
Pero la intervención militar en Irak solo arrojó destrucción, muerte y dolor. Y encontró lo que en el fondo siempre buscó: petróleo. Sin embargo, entre los escombros, halló algo inesperado, un fantasma del pasado geopolítico argentino: restos de misiles Cóndor II, fabricados durante las décadas de los años 70 y 80 en la planta cordobesa ubicada en Falda del Carmen, a escasos kilómetros de Villa Carlos Paz y de la, entonces, Fábrica Militar de Aviones.
Según la agencia Colpisa, Irak tuvo en su poder estos proyectiles hasta 1992. Un año antes, en 1991, el gobierno del argentino Carlos Menem había cedido a las enormes presiones de Estados Unidos y ordenado la desactivación total del Proyecto Cóndor.
El entonces viceministro de Asuntos Exteriores, Andrés Cisneros, declaró que «la decisión de desmantelar el programa contribuyó a eliminar una fuente de abastecimiento de armas de destrucción masiva». La realidad era más compleja: Argentina renunciaba a su mayor proeza tecnológica.
Los misiles encontrados en Irak, rebautizados como Badr-2000, tenían un alcance de mil kilómetros y la capacidad de transportar bombas convencionales, químicas o nucleares. Eran la prueba material de un sueño de soberanía que terminó desguazado bajo supervisión extranjera.
Un sueño soberano: Espacial Argentino
Este ambicioso proyecto no nació de la nada. Fue la culminación de décadas de desarrollo. El viaje de Argentina hacia el espacio había comenzado en 1964, llegando a colaborar con la NASA en la logística del plan Apolo que llevó al hombre a la Luna. Paralelamente, en 1966, se creó un departamento de vehículos y armamentos que impulsó proyectos como cohetes antigranizo y el cohete sonda Castor, que alcanzó los 400 kilómetros de altura para estudiar la alta atmósfera.
En la planta de Falda del Carmen también se trabajó en el plan «Patagonia», que incluía el cohete Tauro para investigar recursos naturales. En 1968, se inauguró una Base Aérea Experimental en Chamical, La Rioja, donde se probó el vehículo Biguá (versión argentina del italiano Mirach 100), lanzado desde un avión Pucará. A este le sucedieron el cohete «Alacrán» y un relevamiento de puntos geográficos estratégicos para lanzamientos. Aunque nunca hubo confirmación oficial, se estima que ya en 1969 se probó con éxito en la Patagonia un misil que voló más de 900 kilómetros.
A fines de los años 70, con financiamiento egipcio y tecnología alemana, comenzó a gestarse el proyecto que lo cambiaría todo: el Cóndor II.
Falda del Carmen: El corazón del proyecto
Planta ubicada en Falda del Carmen.
Cuando el proyecto misilístico alcanzó una envergadura sin precedentes, fue necesario sacarlo del Área Material Córdoba. La tarea de encontrar una nueva ubicación recayó en el Comodoro (RE) Ricardo Vicente Maggi. «El responsable directo de la localización de la planta en la Comuna de Falda del Carmen fui yo», afirmó Maggi, quién aún hoy reside en su casa de Villa Carlos Paz.
«Realizamos un análisis concienzudo», recuerda. «Valoramos que era muy accesible desde el punto de vista energético, que estaba en el límite entre llanura y montaña, y que cumplía con las condiciones de seguridad». La planta, cuyo costo rondó los 300 millones de dólares, se levantó a espaldas de la montaña y sin construcciones subterráneas. Pese a los estudios, estaba al alcance de cualquier servicio de inteligencia desarrollado.
Y así fue. Falda del Carmen se convirtió en objetivo de los ingleses durante la Guerra de Malvinas en 1982 y estuvo bajo el escrutinio permanente de los servicios de inteligencia de Israel, Estados Unidos, España y Chile.
Presión, Desmantelamiento y Sumisión
El Cóndor II era un misil intercontinental con un alcance inicial de 800 km, escalable a 2.000, considerado por expertos como una alternativa al «Midgetman» norteamericano. Era avanzado y estratégico.
Con el advenimiento de la democracia, el gobierno del radical Raúl Alfonsín intentó defenderlo, presentándolo como un proyecto pacífico para poner en órbita satélites de comunicación. El argumento nunca convenció a Washington. El error estratégico, según Maggi, fue «buscar clientes y socios objetables a nivel mundial», como Egipto e Irak. Esto dio a Estados Unidos la excusa perfecta para presionar.
Las presiones se volvieron insostenibles. El ministro de Defensa alfonsinista, Horacio Jaunarena, viajó a Israel para intentar descomprimir la tensión. Mientras tanto, los servicios de inteligencia chilenos advertían que el misil podía alcanzar las Malvinas o su propio territorio. Cuando Saddam Hussein invadió Kuwait en 1990, y tras confirmarse que Irak poseía vectores argentinos, Estados Unidos exigió a la recién asumida gestión de Carlos Menem el fin inmediato del proyecto.
Menem firmó un «decreto secreto» para desactivarlo. El 31 de diciembre de 1991, el jefe de la Fuerza Aérea, brigadier general Raúl Juliá, informó al ministro de Defensa, Erman González, que el decreto se había cumplido al ciento por ciento, disolviendo la empresa INTESA que administraba el emprendimiento.
El desmantelamiento fue realizado por técnicos argentinos, pero bajo la estricta supervisión y control de expertos del Departamento de Defensa de Estados Unidos y de la NASA. Se destruyó todo elemento que pudiera ser «reciclado».
El legado de un sueño frustrado
El fin del Cóndor II fue mucho más que desmantelar una fábrica. Fue un hito, el emblema de la entrega del «país tecnológico». Como reflexionó el Comodoro Maggi, el problema no fue solo la planta: «El asunto fue, qué hacer con los ingenieros, con los técnicos y demás recursos humanos que trabajaron en el proyecto».
Argentina perdió su capital humano más avanzado y su independencia en un área estratégica. El hallazgo de los restos del Cóndor en Bagdad, más de una década después, no fue solo una anécdota de guerra. Fue la constatación de una tragedia nacional: un proyecto nacido para la defensa y la soberanía terminó convertido en chatarra en un desierto lejano, como prueba de un crimen que no era el de Saddam, sino el de haber renunciado a un destino propio.
Argentina fue condenada a un atraso tecnológico del que, por mucho tiempo, no podrá recuperarse.