Rey y presidente del Gobierno, con fiscal general de fondo

Las decenas de despachos de los sucesivos monarcas con sus primeros ministros en Mallorca desnudan a sus protagonistas, porque el veraneo frívolo ahuyenta el fingimiento envarado de la capital siempre inhóspita. Felipe VI no es el Rey que hubiera entronizado Pedro Sánchez pero, sobre todo, el líder socialista no sería el presidente del Gobierno favorito del jefe de Estado. Otra cosa es que preguntaran a Letizia.

Bajo estas cautelas, Sánchez comparece con los jardines de Marivent de marco incomparable, recurriendo a un uso doble de la palabra «hemos». El plural engloba al «Rey y yo», pero sobre todo a «yo y mi Gobierno», por orden de importancia. El balance del encuentro no sería el mismo en labios del monarca, que paga la inmutabilidad con el mutismo. Por tanto, el jefe del Ejecutivo ha de afrontar en solitario el procesamiento de su fiscal general, trasfondo de la reunión porque «¿de quién depende la fiscalía?» Y aquí llegará la primera sorpresa de la tarde.

La humillación sin precedentes de un fiscal general ante el Supremo no solo forzaría a sustituir al presunto delincuente, también arrastraría al Gobierno en su conjunto, dejaría sin opciones al partido en el poder y zarandearía a la democracia en su conjunto. En cambio, y con el descaro que le caracteriza, el reversible Sánchez ha estado a punto de felicitarse del procesamiento.

Ante una pregunta que solo le dejaba abierto el flanco de fijar la fecha de dimisión de Álvaro García Ortiz, el presidente del Gobierno sale del palacio real con un catálogo de sinónimos pero no sinánimos. «Apoyamos, avalamos y respaldamos» a la víctima de Marchena y asociados, que acaba de ser puesto en la picota por Sánchez Melgar, fiscal general de Rajoy para borrar la mínima sospecha de imparcialidad.

En el trance dialéctico, y con la atmósfera regia que le envolvía, Sánchez ridiculiza al Supremo y acomete un conflicto abierto de los poderes ejecutivo y judicial. Ha concluido que el banquillo para el fiscal bonachón le conviene, por más de un motivo. Relega a un segundo plano al infausto Koldo. Ante todo, los votantes del PSOE que no perdonarán nunca a la familia Ábalos, comparten la estupefacción presidencial ante el juicio ‘fake’ al titular de la fiscalía. Y antes de que alguien se escandalice, los términos aquí utilizados pecan de domésticos, frente a las descalificaciones anudadas en su clarividente voto particular contrario al procesamiento por el magistrado Andrés Palomo.

La comparecencia triunfalista de Sánchez se produce tras comprobar que Feijóo sigue instalado en el dontancredismo que frena un asalto frontal a La Moncloa. Ahora mismo, el único español capaz de hablar sin pestañear de un «Gobierno extraordinario» es el presidente de la institución citada. El año pasado se personó en Marivent el mismo día en que había declarado ante el juez Peinado, la actualidad desguarnecida le ha proporcionado ahora el encadenamiento a García Ortiz. Y Houdini se ha vuelto a liberar de las esposas.

El Rey debía admirar el escapismo de su coetáneo entre los visillos de Marivent, con una mezcla de rabia y envidia. Desde Juan Carlos I y González, no se registraba una coincidencia generacional en los frentes monárquico y gubernamental, con la estatura y la vigorexia compartidas. La diferencia es evidente, el monarca ya lleva dos presidentes del Gobierno y se prepara para el tercero. Sánchez no conocerá a otro Rey, pero repite la osadía de su balance de curso del lunes. «Seguimos persistiendo».

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