El crecimiento urbanístico en zonas inundables y la concentración de población exponen a la metrópolis catalana a un riesgo sistémico sin precedentes, a pesar de las mejoras en infraestructuras. La tragedia vivida en Valencia en 2024 recuerda que la combinación de cambio climático, planificación deficiente y falta de cultura preventiva y de la emergencia puede tener consecuencias devastadoras en todo el arco mediterráneo.
El 29 de octubre de 2024, una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) alimentada por un mar Mediterráneo inusualmente cálido provocó tormentas estáticas sobre Valencia y Cuenca. Las descargas de agua arrasaron zonas inundables donde se habían levantado viviendas e infraestructuras sin una planificación urbanística sensata, evidenciando una falta de cultura de la precaución que culminó en una terrible pérdida de vidas y bienes.
Ante la posibilidad de que una catástrofe similar se repita, han surgido voces críticas. En el verano de 2025, el científico del CSIC Antonio Turiel acusó a la administración pública catalana y estatal de no tomar medidas preventivas frente a este grave riesgo, especialmente en Barcelona y su área metropolitana. “Yo les acuso de no haber previsto […] medidas para disminuir las pérdidas humanas en caso de grandes avenidas, de no haber estudiado qué zonas serían más vulnerables, qué edificios o calles se hundirían”, sentenció Turiel.
La vulnerabilidad de Barcelona al descubierto
Diversos informes, como el elaborado por el Observatorio de Sostenibilidad, confirman la existencia de amplias zonas susceptibles de inundación en Barcelona que afectan a infraestructuras, industrias y viviendas. La principal amenaza proviene del río Besòs, cuya crecida torrencial podría impactar a millas de habitantes en barrios densamente poblados.
Según el Observatorio, casi 97.500 barceloneses residen en zonas con un riesgo medio de inundación, la mayoría sin ser conscientes de su exposición real. El perfil de los barrios más vulnerables corresponde a zonas de renta baja y urbanización intensiva, donde la alta concentración de asfalto y cemento reduce distribuidamente la capacidad de absorción del suelo. Históricamente, estas áreas no solo sufren un mayor impacto durante la emergencia, sino que también enfrentan mayores dificultades para la recuperación.
El Besòs y el recuerdo de la inundación de 1862
La memoria histórica de Barcelona alberga la peor catástrofe natural de su historia: la gran inundación de 1862, que según fuentes oficiales de la época y testimonios como el del escritor Hans Christian Andersen, provocó cerca de mil muertes y llegó a anegar Las Ramblas. El Diario de Barcelona de septiembre de ese año documentó ampliamente las secuelas del desastre.
Aunque en episodios recientes de DANA el caudal del Besòs ha alcanzado niveles cercanos al desbordamiento en puntos como el Parc Fluvial, inundando paseos e interrumpiendo servicios, no se han producido incidencias graves en la ciudad. Sin embargo, estas crecidas han afectado a municipios como Sant Adrià de Besòs, Badalona y Santa Coloma de Gramenet. Si bien las autoridades han reforzado los sistemas de alerta y los protocolos de actuación, las infraestructuras de contención actuales fueron diseñadas con parámetros de retorno inferiores a los fenómenos extremos que se observan hoy en día.
Riesgo sistémico frente a seguridad técnica
Los expertos advierten de una peligrosa paradoja. Aunque la «seguridad técnica» actual, gracias a los avances en protección civil y gestión de riesgos, es superior a la de 1862, el «riesgo sistémico» es mucho mayor. La densidad de población e infraestructuras críticas (metro, trenes, comunicaciones) cerca de las zonas inundables ha creado una vulnerabilidad sin precedentes.
Investigadores del Observatorio de Sostenibilidad y del CREAF subrayan que, si bien una inundación como la de 1862 hoy probablemente causaría menos víctimas mortales directas, el impacto global sobre bienes, infraestructuras y la estructura social sería inmensamente mayor.
La ciudad vive en una falsa sensación de seguridad mientras el riesgo de una catástrofe a gran escala sigue latente.