Hoy, 22 de diciembre, el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, cumple sus bodas de oro sacerdotales: «Cincuenta años de sacerdocio nos contemplan». Ayer, en una solemne Eucaristía de Acción de gracias, celebrada en la Santa Iglesia Catedral, concelebrada por los miembros del Cabildo catedral, sacerdotes diocesanos y religiosos, con representaciones de numerosas instituciones y gran número de personas, el obispo entonaba un himno de gratitud y alabanza al Señor, por tantos dones y gracias recibidos, a lo largo de su vida sacerdotal, primero en sus cargos pastorales en la archidiócesis de Toledo, y posteriormente, como obispo de Tarazona, recibiendo la ordenación episcopal en enero de 2005, hasta su nombramiento como obispo de Córdoba, en febrero de 2010. La silueta de un obispo ha de ser contemplada siempre, desde la orilla de la fe y desde la misma misión que Cristo le encomienda: «El Obispo es ante todo un discípulo de Jesús que, por su gracia y llamada, ha sido agregado al Colegio de los Apóstoles, como los Doce de Galilea lo fueron al primer grupo del Maestro, para vivir en su compañía, conocer más a fondo los misterios del Reino de Dios, beber el cáliz de Jesús, ser testigos de su resurrección, recibir el don del Espiritu y predicar el Evangelio a todos los hombres y pueblos». Todos coincidiremos en subrayar con fuerza que Demetrio Fernández ha sido un obispo incansable, con una «hoja de ruta» siempre rebosante de celebraciones litúrgicas, actividades apostólicas y encuentros pastorales, sin límites, con ilusión y entrega, habiendo recorrido la diócesis, palmo a palmo, iniciativa a iniciativa, impulsando y realizando numerosos proyectos en los ámbitos docentes, culturales, asistenciales, misioneros, familiares y en los de intensa religiosidad popular y cofradiera. Quizá, en esta hora de gozo y alegría, lo mejor sería confeccionar un decálogo de sus mensajes ofrecidos en tantas Cartas pastorales como ha escrito y ofrecido a sus diocesanos. La selección es muy personal y por lo tanto, subjetiva: Primero, «el corazón humano está hecho para la alegría, no para la tristeza». Segundo, «realmente, Dios quiere entrar en nuestra vida, realmente el Hijo de Dios, hecho Niño, quiere invitarnos a una amistad verdadera». Tercero, «estamos al comienzo de una nueva época, en la que el Evangelio tiene que empapar toda la persona, toda la cultura, toda la realidad del mundo, con su mensaje de paz, de fraternidad, de dignidad de hijos de Dios». Cuarto, «queridos sacerdotes, qué importante es nuestro modo de vivir». Quinto, «en la Cruz de Cristo, Dios dice al mundo hasta dónde llega su amor, hasta entregar a su Hijo por nosotros». Sexto, «Jesús es rey y sigue ejerciendo como rey desde la cátedra de la Cruz». Séptimo, «recen y se darán cuenta de los pobres que tiene a su lado». Octavo, «la estabilidad del matrimonio es fuente de felicidad y de progreso para la sociedad». Noveno, «con paz y sin angustias hemos de afrontar la situación, aportando cada uno su grano de arena». Décimo, «los pobres nos salvan porque nos permiten encontrarnos con el rostro de Dios».
Diez hermosos mensajes, de tantos y tantos, como nos ha ofrecido nuestro obispo, especialmente, a lo largo de sus Cartas pastorales semanales. Más bonita que la de Obispo, es la etimología de «Pontífice», el que hace puentes, el que reconcilia a los hombres con Dios y a éstos entre sí. «Centro de comunión, también puente de amor, servidor como el Maestro; mas también amigo predilecto, padre de los pobres, valedor de los sin voz, sirvo inútil, orante por su pueblo, a la espera de su Señor». En vísperas ya de la Navidad, cuando un ángel-periodista comunica la Gran Noticia, -«hoy os ha nacido un Salvador»-, a unos pastores de Belén, evoquemos los versos de Luis de Góngora: «Caído se le ha un clavel / hoy a la Aurora del seno: / ¡qué glorioso que está el heno, / porque ha caído sobre él!».
*Sacerdote y periodista