NUEVA YORK.- El flujo de ayuda humanitaria a la Franja de Gaza disminuyó tanto durante mayo que los funcionarios de las agencias de ayuda dicen estar en riesgo de tener que cancelar el operativo y enfatizan que la amenaza de una hambruna generalizada es más acuciante que nunca.
Desde que Israel amplió sus combates a la ciudad de Rafah, el ingreso de camiones de ayuda a través de los cruces del sur de Gaza, por donde ingresó la mayor parte de la asistencia humanitaria desde que comenzó la guerra, casi se ha detenido. Los nuevos puntos de cruce en el norte de la franja han permitido el ingreso de pequeñas cantidades de ayuda crítica para los que estaban en riesgo de hambruna desde hace meses, pero es insuficiente para el resto de la población y ni siquiera puede llegar a la zona central y meridional del enclave, donde han tenido que refugiarse la mayoría de los gazatíes desplazados por la guerra.
El dictamen emitido el viernes por la Corte Internacional de Justicia (CIJ) parece ordenarle a Israel que detenga su ofensiva en Rafah, aunque algunos de los jueces del tribunal ya dijeron que las operaciones limitadas podrían continuar a pesar del fallo. El dictamen toma nota explícita de la “propagación del hambre y la hambruna” en Gaza y enfatiza la necesidad de que “todos los interesados provean sin obstáculos y a gran escala todos los servicios básicos y asistencia humanitaria que se necesitan con urgencia”.
El mes pasado, después de la indignación internacional que desató la muerte de siete trabajadores de la ONG World Central Kitchen en un ataque israelí, Tel Aviv se había comprometido a aumentar la cantidad de ayuda que permitía ingresar en la franja. A esa altura, los estrictos controles impuestos por Israel al ingreso de ayuda y el desafío de distribuirla dentro del enclave ya habían llevado la situación de hambre a niveles catastróficos.
Por presión del presidente estadounidense, Joe Biden, el gobierno de Israel empezó a autorizar el ingreso de ayuda adicional a través del puerto de Ashdod y reabrió el cruce de Erez, en el norte, que había cerrado después de los ataques de Hamas del 7 de octubre. En coordinación con Israel, el Ejército norteamericano construyó un muelle temporario para llevar ayuda por mar, como complemento de las cruciales rutas terrestres del sur.
Pero a principios de mayo, después de un ataque de Hamas cerca de Kerem Shalom, donde murieron cuatro soldados israelíes, Tel Aviv amplió su operación militar en el sur de Gaza y volvió a cerrar ese cruce, así como el cruce de Rafah, por donde venía ingresando la mayor parte de la asistencia. Justo antes de esa incursión, en un solo día por ese paso día habían cruzado casi 300 camiones humanitarios.
“Fue un récord desde el estallido de la guerra”, dice Georgios Petropoulos, jefe de la oficina de ayuda de la ONU en Rafah. “Nos decíamos ¡por fin estamos alcanzando el ritmo de ayuda que se necesita! Y de repente, todo se vino abajo”.
El 8 de mayo Israel reabrió el paso de Kerem Shalom, pero los trabajadores humanitarios de numerosas organizaciones dicen que en los hechos ese vital punto de entrada sigue virtualmente cerrado, con un ingreso promedio diario de apenas ocho camiones. Una de las razones es que Egipto se niega a permitir que los camiones del cruce cerrado de Rafah sigan hacia Kerem Shalom.
El viernes, Biden y el presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sisi, acordaron enviar ayuda y combustible a Kerem Shalom hasta que se pueda reabrir el cruce fronterizo de Rafah. Según un comunicado del Ejército israelí, por ese cruce este domingo llegaron 126 camiones con alimentos y otros insumos de Egipto. Pero Sam Rose, vocero de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (Unrwa), dice que los camiones de distribución de la ONU que llegaron a Kerem Shalom para recoger la ayuda egipcia se vieron obligados a evacuar el cruce debido a problemas de seguridad. Los funcionarios, incluido Rose, dicen que hasta el domingo la ayuda seguía frenada en el cruce fronterizo.
Scott Anderson, alto funcionario de Unrwa, y Petropoulos, de la agencia de la ONU en Rafah, dicen que la zona del cruce sigue siendo militarmente activa y que los desafíos logísticos y de seguridad pueden retrasar la llegada de ayuda e impedir que sea distribuida de inmediato. Según el Ministerio de Salud de Gaza, anoche murieron al menos 45 personas durante un ataque aéreo israelí contra un campamento en Rafah. El ejército israelí dice que el blanco del ataque era un complejo de instalaciones de Hamas.
Los camiones vacíos que llegan por ruta desde el interior de Gaza para cargar ayuda en Kerem Shalom suelen tener que esperar durante horas detrás de camiones comerciales que transportan mercadería para vender en la franja, y que según los funcionarios son más de 100 o 200 por día. Si bien los grupos de ayuda reciben con agrado la llegada de productos comerciales, aclaran que la mayoría de los gazatíes no tiene los medios para comprar nada, y que nada garantiza que esos cargamentos incluyan productos de primera necesidad.
Hacer llegar ayuda a la población de Gaza también es difícil porque la ampliación de operaciones militares israelíes en el sur y el norte de la franja han obligado a casi un millón de personas a huir a zonas descampadas o costeras donde no hay agua ni alimentos, o a refugiarse entre los escombros de la región central.
Problema logístico
Antes del avance israelí sobre Rafah, la mayoría de la gente se refugiaba en las zonas por donde llegaba la mayor parte de la ayuda. Pero ahora es peor, porque los nuevos puntos de entrada en el norte –el muelle provisorio y un nuevo cruce, llamado Erez Oeste– entrañan miles de problemas: la ayuda que ingresa por ahí no alcanza y está muy lejos de los grandes grupos de desplazados.
La distribución de la ayuda que llega a través de cada cruce también plantea importantes desafíos. Tras la reciente orden de evacuación de Israel para sectores de Rafah y el norte de Gaza, muchos depósitos de las agencias se volvieron inaccesibles, y los traslados mucho más peligrosos. El 21 de mayo, la Unrwa anunció que había suspendido la distribución de ayuda en Rafah por problemas de seguridad, escasez de suministros y la imposibilidad de acceder a sus depósitos.
Y como la ayuda no es sustancial ni predecible, muchos camiones no logran llegar lejos entre la multitud desesperada. El 18 de mayo, por ejemplo, el Programa Mundial de Alimentos informó que 11 de sus 16 camiones fueron saqueados después de salir del muelle.
Según Petropulos, es probable que el puesto de control en el norte y la ruta militar israelí que divide el enclave y que al principio de la guerra impidió el fácil movimiento de la ayuda, este generando un problema similar para la ayuda que se desplaza en la dirección contraria.
El Cogat, la agencia militar israelí que coordina la ayuda, dice que su prioridad es aumentar la cantidad de ayuda que ingresa en Gaza, y diariamente informa que ha inspeccionado cientos de camiones y coordinado su traslado hasta los pasos, aunque las cifras del organismo suelen ser muy superiores a las registradas por las ONG, que rastrean el número de camiones que han recogido mercadería para ingresar en Gaza y excluyen los camiones que transportan productos y bienes con destino comercial.
Pero ni una cifra ni la otra dan cuenta de las dificultades de distribución que pueden impedir que la ayuda llegue a los civiles gazatíes. Israel dice que la ayuda que ingresa es suficiente y culpa a las ONG por no distribuirla más rápidamente entre los civiles, una descripción que los grupos de ayuda rechazan, asegurando que quienes hacen que la distribución sea extremadamente difícil son las fuerzas israelíes.
Las organizaciones también advierten que si se quedan sin combustible no podrán entregarle suministros a nadie, y que las cantidades ya insuficientes de agua directamente desaparecerán. Según Anderson, de la Unrwa, se necesitan al menos 200.000 litros de combustible al día, pero según datos de la ONU, desde el cierre del cruce de Rafah, el promedio diario de nafta que llega es sólo un 25% de esa cantidad.
“La limitación del combustible implica que muchas veces tenemos que elegir entre dejar prendidos los generadores del hospital, los de la panadería o los de planta de tratamiento de aguas residuales”, señala Anderson.
Por Amy Schoenfeld Walker y Elena Shao
Traducción de Jaime Arrambide
The New York Times