El futuro incierto de la democracia argentina ante las propuestas de Milei

Comenzamos a rodar nuestra quinta temporada en esta radio, y eso solo ya debería ser motivo de júbilo: la renovación de confianza hacia un equipo periodístico que trabaja con el mayor empeño posible. Pero sucede que también nos llena de expectativas la nueva chance de encontrarnos en la disidencia, en el contrapunto, la intersección de ideas, como reaseguro de lo que seguimos considerando el gran momento democrático: pensar en libertad, sin preceptores ni jefes intelectuales.

Soy Néstor Pérez. Llevo casi tres décadas dedicado a esta actividad en todas sus expresiones: dos libros de ensayo político, incontables artículos de fondo, programas radiales en radios públicas y privadas, siempre intentando ofrecer un punto de vista crítico, un ángulo molesto para interpretar la realidad argentina. Esos son mis argumentos. Y, naturalmente, no desconozco que puedo estar absolutamente equivocado; tan equivocado como cualquiera. Eso es tanto fragilidad como fortaleza. Ustedes juzgarán qué plano se impone de aquí al final del ciclo.

Mi palabra podrá tropezar por ineptitud, nunca por deslealtad o intriga. A nadie le rindo cuentas sobre mis opiniones; no quiero agradar al poder, en ninguna de sus formas. Permítanme ser franco: tampoco a ustedes. Le otorgo a la información la propiedad común, un rasgo que, a pura malversación, parece haber cambiado de manos, de dueño, ese que somos: vos, ustedes, nosotros. En estos tiempos, la información se ahoga bajo el poder de los dueños de los medios, sus artefactos publicitarios, gobiernos electos tozudos y fanáticos, operadores al acecho de las recaudaciones y los beneficios…

Este que escuchas es el programa inaugural del ciclo 2025, y sin demora quiero que te quede claro cuál será el rumbo, qué nos ocupará, a qué le dedicaremos nuestros esfuerzos periodísticos.

Argentina camina sobre terreno minado. La democracia misma cruje por la temeridad de un presidente que, legítimo en sus fuentes de poder, ha decidido volar por el aire los acuerdos transversales de las fuerzas políticas, haciendo lo propio con la trama de solidaridad y abrigo que contuvo a quienes no hicieron otra cosa que perder en estos cuarenta años, aquellos que solo se embriagaron de desdicha, pesares, frustración y hambre.

Javier Milei es un peligro para la democracia argentina. No solo porque ataque sin piedad a jubilados, personas con discapacidad, mujeres víctimas de violencia doméstica, niños recién nacidos, trabajadores de pequeñas y medianas empresas, homosexuales, universidades públicas, salud pública, medio ambiente, pueblos originarios, científicos, artistas, opositores, disidentes… sino porque, además de estimular la violencia para dirimir diferencias ideológicas, quiere, como dijo de nuevo en su mensaje al Congreso y al país, ultimar al Estado, constituido desde el último tercio del siglo XIX en nuestro país, en el gran articulador de las demandas sociales y la respuesta organizada. Cito al presidente: “La motosierra no parará hasta que no encuentre el final del Estado en el largo plazo.” Ese anticipo debería estremecer a quien no tiene salud privada, educación privada, seguridad privada, transporte privado; la idea de destruir la institución estatal debería sacudir a todo aquel ciudadano de a pie que, desprovisto de influencias, encuentra en la agencia pública un salvoconducto para su vida desdichada. Tal vez suene a poco… no sé, habría que prestarle oídos al herido del hospital de urgencias, al niño que tiene en el Paicor su único plato diario, a la familia que come de la Asignación Universal, a los estudiantes pobres del Comedor Universitario.

Dirá el presidente que fue el Estado el causante de la tragedia nacional que pavimentó su llegada al poder. Aceptar lo que Milei escupe con la boca llena de odio sería tan absurdo como culpar a la historia por las masacres bélicas que se leen en sus libros. Pero es bien cierto lo que el presidente descubre a poco de abrir su discurso en el Congreso. Cito otra vez:

“No es casualidad que las últimas elecciones las haya ganado el primer presidente liberal-libertario, un completo outsider del sistema. Es algo que jamás hubiese ocurrido si los políticos tradicionales hubiesen mejorado nuestras vidas.” Así de sobrecogedor es nuestro presente. Algo de vergüenza debería desacomodar a quienes integran la oferta electoral desde el lejano diciembre del 83.

La dirigencia política profesional no supo contestar las demandas de una nación que sufrió la dictadura; se entusiasmó con el traje civil de Alfonsín; aplaudió primero y renegó después de la lapidación de industria, trabajo y pudor que impulsó Menem; despreció a De la Rúa; respiró con Kirchner; se desmoronó con Alberto Fernández. En cuarenta años de democracia, los pobres se amontonaron al costado de la poceada ruta, el hambre volvió una y otra vez, la desesperación también.

El discurso pendenciero no se inauguró con La Libertad Avanza. Otras voces —populares ellas— se envalentonaron en una absurda y acrítica subordinación. Pero hoy es un grito de guerra amplificado por el silencio opositor.

No hay en la oposición sino miedo de salir a disputar abiertamente con el gobierno. Hay mucho culo sucio con respecto a los negocios privados con dineros públicos. No hay en el aparato político argentino de tradición popular coraje para pararse delante de un presidente enloquecido de vanidad, insensatez, delirio místico y violencia, y decir: ¡Basta, hasta acá llegó su locura absolutista! No puede ser suficiente para darse por vencido que Milei haya enfriado el déficit o pisado la marcha enloquecida de la inflación. El costo es criminal y aún puede ser peor.

Ya escuchaste, ya ves, no hay detalles informativos en esta columna de presentación cuando tenemos el año por delante; nada de “¿por qué Lijo a la corte?” “¿Hasta cuándo congelará los fondos a las provincias?” “¿Más deuda, para qué, para quién?” O, “¿Qué ganamos con ser un estado más de los EE. UU.?” “¿Milei, lo de la cripto estafa es de chorro o de estúpido?” No, nada de eso, solo digo que, aunque hayas hecho tu opción por Javier Milei en las últimas elecciones, aspirando a otra cosa que no sea decepción, podemos pensar juntos sobre lo que nos pasa, sobre este derrotero violento que hace foco en personas o grupos que no han dañado al país más que lo que lo hicimos vos o yo. Por acciones u omisiones.

Esta violencia termina mal. Porque la economía explota sin dólares, o porque los agraviados ya no tengan nada que perder… Mañana Milei ganará las elecciones (así parece) y tendrá más músculo para apalear a la disidencia, en la calle y donde se le ocurra. Solo un ejercicio ciudadano reflexivo, crítico y riguroso puede contrapesar la conducta pública y privada de este hombre destemplado y rencoroso que saltó a la yugular de un sistema de representación inerte, incapaz siquiera de una rebeldía magra.

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