El ADN de los cordobeses: el verdadero

El 19 de abril se conmemora el Día de los Pueblos Originarios, a partir de la realización del Primer Congreso Indigenista Interamericano en 1940. El propósito es reivindicar la cultura y los derechos de los pueblos originarios americanos y salvaguardar las culturas originarias en todo el continente.

Por eso, vamos hablar del ADN de los cordobeses. Del ADN de los originarios cordobeses y de quiénes pueden considerarse originarios.

El ADN

En nuestros días, la expresión de algo que “está en el ADN” es la descripción de aquello más profundo, más característico, que hace de ese algo, lo que es. Se usa para hablar de atributos muy diversos, desde el carácter de una persona hasta de una marca. “Está en su ADN” es una frase repetida que justifica todo tipo de excesos figurativos y metafóricos.

Aquí vamos a tratar de hablar de lo que está en nuestro ADN, en el ADN de los cordobeses, material y químicamente comprobado.

Un poco de ADN contra el mito de los barcos

Spoiler alert: este artículo se lanza de lleno contra la flagrante mentira del querido Lito Nebbia, inmortalizada en un tema poco conocido que repite en su estribillo de zamba: “Pero nosotros los argentinos, llegamos de los barcos”.

Un tema relativamente olvidable, que cobró actualidad por la burrada de un presidente argentino.

Digamos también, y justificando un poco a Nebbia, que esa es una afirmación que es parte de los mitos argentinos: el de nuestra “europeidad”.

Datos duros

El primer censo nacional (en 1869) arrojó un total de 1.737.000 habitantes. Hacia 1960, el país tenía ya un poco más de 20 millones, es decir que en 90 años había multiplicado su población inicial por 10, mientras que, en el mismo lapso, la población mundial se multiplicó por 5.

Es muy difícil hacer cuentas migratorias, pero queda claro que, en el mejor de los casos, uno debería asumir como mínimo, que entre un 40 y un 50% de la población conformada en la década del 60 tenía origen autóctono.

Basados en ese cálculo, y continuando con una matemática muy, pero muy chapucera (y se ruega aquí indulgencia de los profesionales de las nobles y precisas ciencias estadísticas), una de cada dos personas en nuestro país debería asumir que tiene algún antepasado indígena.

Vamos ahora con los números de la percepción subjetiva, la autopercepción en realidad. Recordemos, en los censos se pregunta a cada persona si se reconoce como indígena o descendiente de pueblos indígenas u originarios.

Un censo para la autopercepción

Según los datos publicados por el Indec, en Córdoba en 2010 solo el 1,5% de la población se reconocía indígena (51.142 personas sobre un total de 3.308.876 habitantes). Ese porcentaje era inferior a la media nacional de entonces, que subía hasta 2,4%.

Para más datos, de ese 1,5%, la mayoría se reconoció perteneciente al pueblo Comechingón (33,9%), seguido por el Mapuche (9,7%), y el Diaguita-Calchaquí (8,6%).

El ADN, el verdadero, de Córdoba

Vamos ahora a la realidad material, medida con el ADN, que resulta bastante diferente.

En un trabajo del Instituto de Antropología de Córdoba, dependiente de nuestra Universidad Nacional, los investigadores encontraron en base al análisis del ADN mitocondrial, que solo se transmite por línea materna, que entre el 10 y 15 % de la población actual de Córdoba pertenece a un subtipo de linaje autóctono –el D1j–, que sería particular de la región central del país y se habría desarrollado como evolución local, durante el período prehispánico. 

Es el mismo linaje que encontraron en una persona que vivió en la costa de la Laguna Mar Chiquita, en el noreste provincial, hace 4525 años. O sea, justo 2500 años antes de la primera navidad.

Pero aún más revelador es que en base a un millar de muestras genéticas contemporáneas recogidas en un relevamiento provincial, el 76% de los cordobeses tiene origen indoamericano. Por vía materna, 3 de cada 4 de nosotros tiene un antepasado indoamericano, no ya comechingón.

El mismo muestreo arroja, analizando el cromosoma Y, que solo se transmite por el padre a los hijos varones, resultados bien diferentes: por línea paterna, hay una fuerte presencia de linaje europeo-medio oriente (92%), y muy baja incidencia nativoamericana (6%) y africana (2%). 

Un dato de color: la frecuencia de los linajes nativos es mayor en las sierras cordobesas y en la zona de Mar Chiquita, mientras que hay mayor incidencia europea en la llanura pampeana. Esperable se diría, no en vano la llaman “la pampa gringa”.

El ADN cuenta también entonces la historia de la población central de Argentina después de que llegaron los europeos: los conquistadores fueron hombres europeos que diezmaron la población nativa masculina y se reprodujeron con las mujeres que vivían aquí.

El corolario es que entre el 76% de linajes maternos o aún, con el 6% de paternos, el 1,5% de los autoasumidos, muestra que hay algo que los cordobeses negamos o no queremos reconocer. De lo que no queda duda, es que los cordobeses, no bajamos de los barcos.

Un poco de humor genéticamente cordobés

Wikipedia dice que lo que solemos llamar comechingones, se autodenominaban como hênîa -al norte- y kâmîare -al sur- siendo los dos grupos principales que se subdividían en aproximadamente una decena de parcialidades.

Ellos no se llamaban a si mismos comechingones. Hay diferentes versiones del origen del nombre que nos impuso el uso histórico. 

Según la crónica del conquistador español Jerónimo de Vivar, escrita en 1558, el apodo les fue dado directamente por los españoles al escuchar el grito de guerra de los henîa: «¡Kom-chingôn!» que se traduciría por «muerte-a-ellos» (a los invasores).

También pudiera ser la deformación de la expresión peyorativa con que los designaban sus rivales de la etnia salavinón -o sanavirona- que invadía los territorios ancestrales de los henîa-kamiare. Los sanavirones los llamaban kamichingan, que en idioma salavirón parece haber significado ‘vizcacha’ o ‘habitante de cuevas”.

Es probable, siempre según Wikipedia, que los sanavirones «entendieran» y «tradujeran» con mofa tal clamor de guerra de sus enemigos a un insulto o a una voz estigmatizadora. Una especie de bullying aborigen.

Yo no puedo dejar de recordar mi paso por las tribunas del fútbol cordobés, en épocas en que locales y visitantes se trenzaban en memorables combates de cánticos y chicanas.

Los retruques siempre tenían un sentido peyorativo para los rivales, más que insultar, se denostaba. Aún se hace, solo que, no estando presentes los visitantes, los duelos son a distancia y los retruques perdieron la frescura y ocurrencia que tenían entonces.

En paralelo, se podía presenciar que el fenómeno incluía la costumbre, tan del ADN cordobés, de poner sobrenombres peyorativos para mofarse de los rivales, de su equipo, de su vestimenta o del gol errado.

Parece pues, que esa forma del humor cordobés, tiene milenios y está en nuestro ADN. Y lo del bullying estigmatizante, tiene milenios. Mal de milenios, consuelo de hinchadas, sería la conclusión prestada del refranero popular.

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