Aquellos alambrados que hicieron historia y hoy son memoria viva

La muestra “El alambrado en la Argentina (1845-1945)”, en el Pabellón de las Bellas Artes de la Universidad Católica Argentina (UCA), reúne piezas originales de la colección de Oscar Carrigal, de los primeros 100 rollos de alambre que llegaron a la Argentina en 1845 con Richard Blake Newton (1801-1868), las primeras herramientas que se utilizaban para alambrar, y una selección de obras que las acompañan, e introducen al espectador al significado e importancia del alambrado.

El primer tipo de alambre que Newton adquirió a la fábrica Rodger Bert & Sons y embarcó en Liverpool a la Argentina; una muestra de los 578 rollos de alambre que importó el cónsul prusiano Franz Halbach en 1855; y de los que siguieron arribando, todos de diferentes características y de un fenomenal grosor en hierro, están colocados junto a postes, varillas e interesantes y variadas herramientas. Objetos conservados a lo largo del tiempo, otros recogidos por el respeto que generan, conmemorando la productividad ganadera y agrícola en la que resultó su implementación, y la heroicidad del alambrar, tarea realizada bajo cualquier condición climática, adversidad y desafío.

Las acuarelas de Emeric Essex Vidal (1791-1861), que son las primeras obras realizadas sobre la vida pública en Buenos Aires y Montevideo, de alrededor de 1816-1823, dominan la inmensidad de las pampas donde se destacan el vacío y la inexistencia de cercos o alambrados.

En los Ambrotipos de 1860, atribuidos a George Corbett, se observan las primeras imágenes del alambrado en la Argentina. Y en una selección de fotografías de los hermanos Samuel y Arturo W. Boote, quienes más provincias abarcaron en expediciones fotográficas emprendidas por iniciativa propia o por encargo, se ve el alambrado del siglo XIX.

Las chapas esmaltadas de publicidad dan cuenta de la época, no solo por lo que anuncian, sugieren o recomiendan, sino por las herramientas gráficas y visuales que utilizan. Con un lenguaje visual simple, fueron parte de la geografía ciudadana, como “Invencible San Martin. Compró el púa de alta resistencia. Doble cincado”. Y marcas británicas como “The Whitecross Company Limited”, “Gorgon” y “Chingolo”.

En las reproducciones de las tintas de Alberto Guiraldes, de Pepe González Guerrico y de ilustradores anónimos, las líneas trazan los contornos de sus figuras, de sus animales, de sus paisajes, de sus alambrados y sus molinos, con precisión documental. Con una mirada propia, cada uno honra el profundo silencio de la grandiosidad del campo argentino.

En la lámina de Francisco Madero Marenco apreciamos el rostro locuaz y la concentración en el “acomodar la línea”, tanto del caballo como del hombre, quien con el absoluto manejo de su herramienta y del alambre realiza su trabajo.

Tomás Di Taranto refleja en sus óleos el ánimo apacible de los hábitos en los paisajes de la región remota del noroeste, o los rasgos del gaucho matrero en la figura del Martín Fierro, dueño absoluto del mundo en que vivía, con dificultad para aceptar el alambrado.

Jorge Frasca plasma el alma del gaucho trabajador de las pampas y de las sierras, en un rancho, con sus chapas herrumbradas, con tirajes y postes de madera que sostienen las galerías, el sulky aparcado, el alambrado, ladrillos a la vista, en digno diálogo con la inmensa copa de los árboles y la majestuosidad del molino a viento.

Objetos para alambrar los campos, en la muestra de la UCA

Antes del alambrado la realidad era muy distinta, se excavaban grandes zanjas para limitar los campos o proteger los ganados, lo que generó el oficio del “zanjeador”, el cual se remuneraba por varas de extensión, ejercido principalmente por inmigrantes escoceses e irlandeses. La otra modalidad fueron los llamados “cercos vivos”, un sistema de cercado más costoso y de mayor tiempo y trabajo que consistía en árboles y arbustos aborígenes con espinas como el ñapindá, el tala, el espinillo, la cina-cina, la tuna o la brusquilla. La importancia del alambrado y el alambrar los campos, oficio ejercido mayormente por inmigrantes vascos, fue un esfuerzo considerable por lo costoso, pero significó definitivamente un antes y un después en la explotación agrícola-ganadera.

La muestra cuenta con la curaduría de Abel Alexander y quien firma este artículo. Puede visitarse hasta el 28 de este mes, de martes a domingo, de 11 a 19, en Alicia M. de Justo 1300, PB.

La autora es directora del pabellón de las Bellas Artes de la UCA

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