Los números de circo de la política argentina

El liberalismo de mercado de Javier Milei, así, con ese límite conceptual y con su singularidad política (que transita entre lo bárbaro, lo iracundo y lo autoritario), no logra generar en el mundo democrático-liberal –que no comparte su descuido por lo institucional y su carencia de una visión totalizadora de la política argentina y la global– un conjunto de ideas que vaya conformando un programa alternativo a la furia libertaria.

El peronismo, mientras tanto, sufre las consecuencias de su mal gobierno, de la ausencia de un liderazgo nacional que integre su variedad y de la imposibilidad de elaborar un discurso acorde a los tiempos, despojado de sus hitos del pasado y más pragmático. Pasmado y sin brújula, sufre su historia, que lo ata y aleja de un abordaje adecuado para los dilemas de la actualidad.

El Presidente sigue al frente de las preferencias, en una política fragmentada y una sociedad hastiada, refugiada en sus temas, individualista por necesidad o convicción, circunstancia que sólo el tiempo revelará.

El éxito en controlar una inflación desbocada brinda al Gobierno nacional, al menos de modo coyuntural, un ancla superlativa para la consolidación de un poder muy piramidal y que no admite fisuras.

Un poder débil, en los términos clásicos de poseer gobernaciones, intendencias y legisladores, que aprovecha el actual desierto de alternativas y, parafraseando a la socióloga Liliana de Riz en una reciente entrevista que le realizó Luciana Vázquez para La Nación, actúa de aspiradora de dirigentes, que ven en la Libertad Avanza una alternativa para continuar su carrera política.

Este último aspecto, el salto de límites partidarios, la cooptación a cambio de beneficios y cargos, la mudanza de grupo político de pertenencia y las justificaciones conceptuales y explicaciones que esbozan quienes participan de estos movimientos, muestran de la manera más terrenal la carencia de ideas de gran parte de la dirigencia política argentina.

Domina en ella un férreo apego a los cargos y a su conservación de la mano de quien posea mejores chances electorales.

Curiosamente, lo que la mayoría de la sociedad critica y detesta: una clase política ocupada de sus asuntos particulares y alejada de los problemas e intereses de la población, es la imagen y realidad que se le ofrece desde el mundo público. Una crisis en estado puro, que no deja de consolidarse.

Protagoniza el debate un discurso económico encapsulado en ciertas premisas, con pretensiones de hegemonía. Le faltan los matices propios de una ciencia social, la Economía, que desde el siglo XVIII nunca fue portadora de verdades reveladas, pero sí de escuelas, matices y visiones complementarias.

El resto de los temas están ausentes. La educación, la salud, la política exterior aparecen en escena de manera reactiva y esporádica y no parecen tener en el Gobierno ni en la oposición un discurso elaborado sobre un diagnóstico y sus posibles vías de abordaje.

Lo complejo y lo importante para la vida de una sociedad con memoria y pretensiones de prosperidad, es ignorado por cortoplacismo, ignorancia y desidia.

A la Argentina de este tiempo le faltan ideas, visiones en contraste y proyectos. Le sobran malabaristas, que van de un lado a otro para evitar que se les “caigan” sus espacios de poder, haciendo piruetas y diferentes números de circo frente a unas gradas vacías.

La sociedad los abandonó a su espectáculo, el mismo de siempre, pero con otro disfraz. Con lo peligroso que eso significa en una democracia fragilizada por sus enormes dilemas sociales sin resolver.

  • Periodista

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