Los santos y las santas deben servir para algo más que para adornar altares y para satisfacer nuestros deseos en momentos de desesperación o incluso para agradecer nuestros momentos de éxito. Debemos ampliar el horizonte de acción de esas personas que, por alguna razón, la Iglesia ha considerado dignas de ser elevadas al parnaso de la santidad, aunque ya he escrito en más de una ocasión que la santidad no es otra cosa que llevar a plenitud la propia humanidad que somos. Vamos, que no se trata de tener que realizar fenómenos sobrenaturales o extraordinarios porque precisamente, la santa a quien voy a dedicar estas líneas no fue desde luego una superstar si a fenómenos extraordinarios nos referimos. Es Teresa de Lisieux, Santa Teresita como familiarmente es conocida y de quien celebramos este año el centenario de su canonización. Como murió muy joven, con apenas 24 años, quizás por eso no tuvo mucho tiempo de realizar prodigios -ella misma lo narra en su Historia de un alma– sino que trató de entrar en sí misma todo lo profundo que pudo para descubrir, como descubrió que lo último que deberíamos hacer, si hablamos de santidad, es querer compararnos con los demás.
Teresita decía, en el libro que he citado anteriormente, que cada uno de nosotros es un vaso, un vasito -decía ella- porque le gustaba el uso del diminutivo, que tenemos derecho a llenar y obligación de llenar. Cada cual debe conocer, primero, el volumen de su vaso para no quedarse corto ni hacer que rebose inútilmente. En el ámbito educativo, por sacar a los santos de sus altares, que es nuestro objetivo, deberíamos con urgencia aplicar esta fórmula para aquellos que nos han sido confiados durante unos años por sus progenitores. Estamos muy mal acostumbrados a medirlos a todos por el mismo rasero. No miramos al ser humano, sino sólo a los contenidos de unos libros, la mayor parte de ellos trasnochados y obsoletos, y creemos a pie juntillas que todos deben llenar un vaso de similar volumen. Es más, creemos que deben llenarlo hasta en el mismo área de estudio. ¡Qué barbaridad! Que esto no funciona así, vamos a enterarnos ya de una vez. Que cada uno de nuestros alumnos tiene un vaso y el que llena su vaso en una determinada área puede obtener una alta calificación y si para otra área no está capacitado y tiene una calificación más baja, pues no pasa absolutamente nada. Estamos convencidos de que si tiene un suspenso en Filosofía, el mismo suspenso debería tener en Matemáticas o en Física. Esto no es así. Se trata de llenar el vaso que tienes, pero si el vaso que tiene un alumno es pequeño y el de otro alumno es mayor en una misma área de conocimiento, ambos deberían obtener la máxima calificación si consiguieron llenar su vaso. Nuestro sistema educativo en lo que respecta a ESO y Bachillerato hace aguas, ya que hablamos de vasos, por todos lados. Por eso podemos también comprender el auge y la expansión de los ciclos formativos.
Teresa de Lisieux no hubiera llegado a ser santa si hubiera pretendido ser como Teresa de Jesús o como Juan de la Cruz o como cualquier otro santo o santa. Ella se hizo pequeñita pero llenó su vasito hasta arriba y en esa pequeñez encontró la plenitud de su humanidad, de su santidad.
*Profesor de Filosofía