Ayer se vivió un momento emocionante en el Global Sanctuary for Elephants, en el Mato Grosso brasileño, con el primer encuentro entre Pupy y Kenya, dos elefantas que comienzan a trazar un nuevo capítulo histórico, tras el fin del cautiverio de elefantes en la Argentina.
Luego de cinco días de viaje y tras recorrer unos 4000 kilómetros, Kenya dejó en claro desde su llegada que necesitaba tiempo para descansar y adaptarse al nuevo entorno antes de conocer a alguien nuevo, informó el santuario a través de sus redes. Es por eso que, respetando su ritmo, la acompañaron durante su adaptación gradual y recién ayer decidieron cruzarla con Pupy, que había llegad en abril, tras haber dejado el Ecoparque porteño.
Las elefantas, señalaron, ya habían comenzado a mostrar curiosidad mutua y Pupy parecía aún más interesada cuando Kenya estaba más tranquila.
Finalmente ayer por la mañana decidieron en presentarlas, con ambas elefantas ubicadas en recintos contiguos. Cuando ambas estaban tranquilas, el equipo consideró que era el momento ideal.
El interés fue inmediato, pero cada una lo expresó a su manera. “Pupy ahí viene Kenya”, le avisó Scott Blaise, fundador del santuario. Kenya mostró una energía intensa, mientras que Pupy se acercó con confianza. Kenya mostró cierto dominio, lo que intimidó un poco a Pupy, quien retrocedió.
Blaise le explicó que si quería una interacción suave, debía acercarse con más suavidad.
“Kenya se amable y ve con calma”, le dijo Blaise mientras la elefanta volvía a acercarse y le repetía: “Sos una buena chica Keniecita”. Le explicaba, a su vez, que no debía chocar tanto las vallas de contención que las separan. “Eso no es del todo necesario, puedes ser amable”, le decía. “La asustaste un poquito Kenya”.
Según había explicado en los días previos, las áreas se irán abriendo a medida que vean a las elefantas cómodas. Es por eso que, para la primera interacción, prefirieron que estuvieran una al lado de la otra, pero no en el mismo espacio.
En un segundo intento, Kenya mostró un cambio de actitud: se aproximó de forma más tranquila, haciendo toques suaves con las patas y chasquidos con la trompa. Pupy, si bien retrocedió al principio, pronto se detuvo y la observó nuevamente, describieron.
A su vez, explicaron que están aprendiendo un principio fundamental de su autonomía tras haber estado en cautiverio: puede elegir dónde, cuándo y con quién estar.
“Nuestro papel es animar y tranquilizar a ambas. Los elefantes africanos tienden a ser más expresivos que los asiáticos, que generalmente tienen interacciones más suaves. Pero hoy, ninguno mostró miedo ni un comportamiento excesivamente dominante. Se observaron con calma y se mantuvieron relativamente cerca. Estos primeros encuentros son importantes para que comprendan que, a partir de ahora, sus decisiones importan”, explicaron.
Kenya, la última elefanta en cautiverio del país, había llegado a la Argentina en 1984 desde un zoológico alemán. Tenía solo cuatro años. Vivió sola en un recinto del exzoológico de Mendoza durante 40 años. El proceso de preparación para trasladarla desde Mendoza hasta el Mato Grosso empezó hace siete años.
En el santuario fueron preparando los recintos y la estructura necesaria mientras que los elefantes eran entrenados para poder realizar el largo viaje terrestre. El trabajo que se requiere para que ellos vuelvan a confiar en el ser humano es lento.
En 2017, la Argentina había comenzado el camino de fin del cautiverio de esta especia con Pelusa, la elefanta del zoológico de La Plata, y que culmina con la salida de Kenya. En el camino, quedaron Pelusa (que murió antes de poder ser trasladada), Sharima, Kuky, Merry, y Tamy, además de todos los que fallecieron anteriormente. Solo para dimensionarlo, en el recinto del actual Ecoparque de Buenos Aires, vivieron y murieron 14 elefantes.
Luego de casi cinco días de viaje, y de recorrer más de 3000 kilómetros, Pupy, la última elefanta que quedaba en el Ecoparque porteño, llegó al santuario del Mato Grosso en abril. Viajaron con ella sus entrenadores, el director del ecoparque, la Fundación Franz Weber y un representante del gobierno de la ciudad.
Ya habían intentado trasladarla a fines de febrero, pero la elefanta no se sintió cómoda en la caja. Finalmente, en abril lograron que ingresara en el recinto metálico en el que iba a viajar más de 3000 kilímetros -donde también había agua para poder mojarla cuando se necesitara, frutas y fardos para alimentarla-, una grúa subió las diez toneladas al camión y lograron comenzar el histórico viaje.