La puerta del simio. / EFE
La gente anormal abre puertas por las que luego pasa la gente normal. Me viene, por ejemplo, a la memoria el asunto del divorcio, promovido en su día por personas raras si tenemos en cuenta que el epítome (signifique lo que signifique epítome) del pensamiento estándar era Francisco Álvarez Cascos, secretario general del PP y ministro de Aznar, que impugnó fieramente la ley, aunque más tarde, gracias a ella, se divorció en dos o tres ocasiones y se casó otras tantas. Recuerdo también la oposición que hicieron los populares al matrimonio igualitario, del que se aprovecharon enseguida algunos de sus militantes a cuyas bodas acudieron dirigentes como Rajoy. Hace poco, el diputado Rufián preguntaba en el Congreso a Feijóo si aboliría la ley de Amnistía, de la que tanto abominaron. El aludido respondió con un gesto que venía a significar que no solo no la abolirían, sino que se beneficiarían de ella.
Ocurre en todos los ámbitos. También en el de la literatura o la pintura o la música. Hay genios que inventan recursos formales que más tarde ponen en práctica artistas, digamos, del montón. Con frecuencia, son estos últimos los que obtienen más beneficios de tales hallazgos, y no los que los concibieron. Ahí están Kafka, Stravinski, Virginia Woolf, Van Gogh, Duchamp, Welles… Personas consideradas en su momento marginales o excéntricas resultaron ser a la postre motores del progreso.
Pero se da el caso contrario también: el de individuos que abandonan el pensamiento dominante no para avanzar, sino para dar un paso atrás. Tal es el caso de Trump o de Elon Musk o Netanyahu, por poner solo ejemplos extranjeros, que nos retrotraen a momentos históricos felizmente superados. Diríamos que abren puertas inversas, puertas que se clausuraron con el convencimiento de que jamás nadie osaría abrirlas. Pero el simio que hay detrás de ellas, y del que venimos, posee una brutalidad atroz, una fuerza física y sentimental inimaginable. Nos llama desde la oscuridad de los tiempos, nos aúlla, nos llora, nos implora y en ocasiones, como en los casos citados más arriba, se manifiesta bajo apariencia humana.