Capital cultural, estigma, precarización: Por qué algunos políticos mienten en los currículums?

El “qué” ya se sabe: Noelia Núñez, del PP, y José María Ángel, del PSPV, maquillaron sus currículums, lo que les ha costado, en los últimos días, la dimisión. Pero desde la Sociología, las Ciencias Políticas y la Psicología se preguntan acerca del “por qué”: ¿por qué algunos políticos falsean, engordan y hasta -presuntamente- falsifican sus historiales académicos? Ya sea por la consideración de la educación como “capital cultural”, por el “estigma” que en décadas anteriores podía suponer no contar con un título o por la “precarización” invisible que acompaña a las dinámicas políticas, ese engaño tiene consecuencias. “Esa falta de transparencia, ese gusto por la opacidad o, directamente, esas mentiras, son lo que más desconecta al ciudadano de la política”, coinciden los expertos.

“No es tan importante el hecho de no tener un título determinado, sino una cuestión fundamental en toda gestión de crisis, que es no mentir”, advierte el politólogo David Sabater, consultor de Asuntos Públicos en Atrevia. La ciudadanía, dice, entiende que sus representantes públicos tengan una preparación inespecífica para el cargo que ocupan, o incluso que no la tengan, “pero no pueden entender que se les mienta”. Como muestra, la dana: “No se cuestiona tanto la actuación del Consell, sino las versiones cambiantes de lo que el president hizo o dejó de hacer ese día”.

Asesores dedicados “al menoscabo del rival”

David Sabater, que en su trabajo ha tenido todo tipo de clientes, cree que se podría aprender de la gestión de crisis reputacionales en las empresas. “Pero en política se aprovecha que la dinámica de medios es cambiante, que todos los días hay una noticia que tapa la anterior”, lamenta. Y sí que es cierto que el recorrido de las noticias en las portadas es corto, pero el castigo, advierte, se acaba notando en las urnas. Para evitar que eso ocurra, cree que no es tan importante que los representantes públicos hayan estudiado materias relacionados con los cargos que ocupan, sino que sepan tomar decisiones y rodearse de “los mejores”.

Y no son los mejores aquellos que responden al perfil de asesor que “no hace aportaciones de carácter técnico o legislativo sino de menoscabo del rival”. Admite que es una tendencia la incorporación de ese tipo de profesionales, sobre todo de las Ciencias Políticas o la Comunicación, a los partidos o instituciones, donde se dedican a la “campaña sucia”, a rebuscar en una dinámica de “destrucción mutua” información sobre el rival. Pero esos escenarios disparan un “efecto boomerang” que, a la larga, perjudica a los partidos a los que sume en un “clima de desafección”. «Las formaciones han conseguido aprovecharse de una dinámica de medios diferente, de la desmediatización y desjerarquización, por la que ya no necesitan a los medios de comunicación tradicionales para transmitir sus ideas a los ciudadanos”, explica. Para lo bueno y para lo malo porque, en ese clima de sospecha, las fuentes y referentes comunicativos “se tambalean”.

Capital cultural y estigma

Benno Herzog, que es catedrático de Sociología y Antropología Social de la Universitat de València, cree que el falseamiento de los currículums responde a la necesidad de “legitimación” del poder, entre otras cosas. “Hoy ya no vale con heredar el puesto de trabajo, ni es tan importante el carisma, sino la capacidad de gestión, que se entiende que se demuestra con curriculum”, destaca. Los títulos formativos son, pues, “capital cultural o educativo institucionalizado”. Como es difícil probar de qué es capaz una persona, los títulos parecen demostrar esas capacidades objetivamente. Pero no solo eso, sino que son símbolos, lo que en Sociología se llama “medios de comunicación simbólicamente abreviados”. Es decir, un C2 en inglés no es solo un título de idiomas, sino que simboliza que la persona que lo tiene sabrá desenvolverse en el extranjero o en relación con personas procedentes de otros países, por ejemplo.

Pero, ¿qué capacidades necesita un -buen- político? Como la respuesta no está clara y ha dado lugar a un debate que ha durado siglos, caemos, señala Herzog, en la “transferencia de capacidades”. “Aquí pensamos que quien es bueno académicamente, también es un buen político, del mismo modo que en Estados Unidos creen que quien es un buen empresario será un buen gestor público”, explica. Algo tan absurdo como pensar, dice, que un buen peluquero será también un buen dentista. Pero reconoce que la formación superior se convirtió, en los 70 y los 80, en un motivo de distinción de clase: tenían títulos quienes se habían subido al “ascensor social”. En los últimos tiempos, añade el sociólogo, no tenerlos es “un estigma”.

Precarización y “juguetes rotos”

Los de Núñez y Ángel no son casos en vacío sino que “tienen que ver con la propia trayectoria de España”. Así lo cree la socióloga y politóloga Aida Vizcaíno, profesora en el departamento de Sociología de la Universitat de València. Una España “sobrecualificada”, fruto, dice, del “acelerón” en el acceso a los estudios superiores durante el desarrollismo y la primera transición, cuando tener una licenciatura se convirtió en el “estándar”. Pero, más allá de nombres propios, Vizcaíno alerta de dos fenómenos. El primero (y en relación a Ángel): que los accesos a la Administración en el proceso de construcción de las diputaciones y las autonomías “dejan muchísimo que desear a fecha de 2025”. El segundo: que nadie está proponiendo ni abordando medidas de regeneración democrática o de renovación para alejar la sombra de la corrupción. “Todo lo contrario, los organismos de control se han desmantelado con la llegada del Consell de derecha y extrema derecha”, advierte.

Quizá el concepto “precariedad” no es el primero que se relaciona con la política, pero la politóloga llama a ir más allá de las apariencias. Los cargos políticos funcionan, explica, de forma diferente al resto de trabajos. Su funcionamiento tiene que con “lealtades, con el compromiso político, con la voluntariedad, con hacer favores y con una elevadísima intensidad”. No hay reglas escritas ni queda claro qué hará a los políticos ascender o, al menos, mantenerse en sus puestos, de modo que muchos, sobre todo en puestos de nivel bajo o medio, suplen esa incertidumbre con horas de trabajo y entrega. Una intensidad, indica, por la que “se va relegando el proceso formativo, que quizá se empezó pero que ahora no hay tiempo ni energía para acabar”. “En este contexto de precarización, las dinámicas informales son las que suelen primar, y eso da lugar a muchísimas trayectorias truncadas y a juguetes rotos de repente”, asegura.

Las redes, difusoras de bulos y sospecha

El consultor de comunicación política e institucional en La Base, Álex Comes, no es optimista. “Vivimos en un momento político donde se premia más la oscuridad que la brillantez”. Lo que trae consigo ese clima, denuncia, es “seguir empujando hacia lo más hondo de un cráter a nuestra sociedad y nuestro sistema democrático”. Y señala la responsabilidad de las redes como “propulsoras o difusoras de bulos, de rumores, de fake news y de sospecha”.

“Ese mensaje de que todos son iguales habría que ver a quién beneficia, habría que ver si hay algún partido en el que ningún político ha falseado o maquillado su currículum, porque creo que no se salva nadie”, apunta. Por eso, le parece una “estupidez supina” mentir en algo tan fácil de comprobar como la formación. “Con el acceso a la información que tenemos hoy en día es fácil mostrar la verdad”, concluye.

La perspectiva psicológica

Consuelo Tomás, especialista en psicología clínica y pionera en España en el tratamiento de adicciones comportamentales, sabe que “no se puede generalizar” y que hay mil mecanismos que llevan a la mentira. Pero en la política, apunta, los entornos “generan una gran expectativa tanto social como mediática”. “La exposición mediática es muy grande y eso hace que quieran mejorar su imagen y su credibilidad”. Algunos lo hacen, paradójicamente, mintiendo.

Fruto de esas reglas no escritas de la política que mencionaba Vizcaíno, la psicóloga explica que algunos políticos pìensan que “cuanto más preparados estén, es mucho más fácil que se les tenga en cuenta”. Hay, claro, más casuísticas. Algunas personas tienden a mentir para diferenciarse de los demás. Otros son víctimas del “efecto bola de nieve”: cuando mentir resulta fácil, tiende a repetirse. Otros pueden tener un componente de narcisismo. O inseguridades. O miedo a no ser suficiente. “Si una persona está segura de lo que hace, no tiene que fingir que es más de lo que es, porque lo que es es suficiente”, subraya.

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