En la cocina. En los cosméticos. En los alimentos. En los productos de limpieza. Como una epidemia silenciosa, nuestra comida y muchos de los objetos cotidianos contienen tóxicos que pueden alterar nuestras hormonas. Son los llamados disruptores endocrinos, un concepto cada vez más presente en la conversación social –a tenor del volumen de publicaciones en redes advirtiendo de sus peligros y proponiendo otros productos ‘libres de tóxicos’– y del que viene alertando la comunidad científica.
De hecho, se han identificado alrededor de 2.000 contaminantes con capacidad de producir disfunciones hormonales y efectos adversos en la salud respiratoria, cardiovascular, metabólica, cognitiva, reproductiva y del desarrollo. Y también con incidencia en ciertos cánceres hormonales y la pubertad precoz.
La población de mayor riesgo son los niños, desde la etapa fetal, porque la madre puede pasar al bebé, a través de la placenta, la exposición acumulada de químicos
De hecho, la población con más riesgo de sufrir efectos nocivos son los niños, desde la etapa fetal, porque la madre puede pasar la exposición acumulada al bebé a través de la placenta y la leche materna. Y dado que se trata de un embrión o lactante en fase de desarrollo, la alteración de sus hormonas puede tener consecuencias en su crecimiento y efectos persistentes en su salud, tales como una función pulmonar deficiente en la infancia, alteraciones en el crecimiento o mayor riesgo de síndrome metabólico infantil.
El daño, alertan los estudios, es mayor cuanto más se retrasa el embarazo, una tendencia al alza hoy en día, puesto que la madre ha acumulado más exposición a los tóxicos que puede transmitir. Por ejemplo, una investigación publicada en 2018 asoció la exposición a varios compuestos llamados ftalatos con un retraso en el lenguaje de los niños.
El verdadero target son las mujeres, por su exposición y por la posibilidad de pasarlo al feto. Las podríamos llamar ‘las hijas del petróleo’
Nicolás Olea, experto en disruptores endocrinos
«Hijas del petróleo»
En segundo lugar, las mujeres constituyen otro gran colectivo expuesto a los disruptores endocrinos, ya que suelen usar más cosméticos y productos de limpieza, y presentan mayor sensibilidad a los cambios hormonales, especialmente durante la menstruación y la menopausia. “El verdadero ‘target’ de la disrupción endocrina son las mujeres, por su exposición y por la posibilidad de pasarlo al feto. Las podríamos llamar ‘las hijas del petróleo’”, sostiene con dureza Nicolás Olea, catedrático de Radiología y Medicina Física y uno de los mayores expertos en alteradores hormonales en España. Olea, autor de ‘Libérate de tóxicos’, se ha hecho famoso por afirmar que “los niños españoles orinan plástico”.
Su equipo, en la Universidad de Granada, ha encontrado componentes químicos usados habitualmente en los productos de higiene en la sangre menstrual. Asimismo, ha descubierto que los disruptores están relacionados con la tendencia a una pubertad cada vez más temprana.
Las nuevas generaciones están más expuestas que sus padres o abuelos, dado que hace años había menos plásticos y pesticidas
A juicio de Olea, el gran problema es que las nuevas generaciones están más expuestas que sus padres o abuelos, dado que hace años había menos plásticos y los pesticidas “estaban reducidos a una docena”. Afirma que cada año se descubren nuevos disruptores endocrinos. “Tenemos fichados unos 2.000, pero cada día se incorporan nuevos”, sostiene.
Cómo actúan
Los disruptores son sustancias químicas, con estructura y origen diverso, que cuando entran en contacto con el organismo pueden alterar la información que las hormonas transmiten entre un órgano y otro: por ejemplo, entre el ovario y la mama. La mayoría de efectos se han encontrado en las hormonas sexuales femeninas –los estrógenos–; masculinas –andrógenos–, tiroideas y del metabolismo, aunque pueden trastocar cualquier sistema hormonal.
Los disruptores se encuentran, en dosis bajas, en multitud de objetos o alimentos, como plásticos, sartenes, productos de limpieza, cosmética o pescados
Y el problema es que se encuentran en multitud de objetos o alimentos, aunque en dosis bajas. El mayor peligro, alerta Olea, se encuentra en la cocina, en los alimentos envasados, como las botellas de agua o las latas, las sartenes y ollas antiadherentes o los productos de limpieza, que pueden contener los llamados PFAS, los cuales son repelentes al agua, al aceite y a las temperaturas extremas: de ahí su utilización en muchos objetos.
Asimismo, otro gran foco son los cosméticos, dado que muchos contienen parabenos, triclosán o ftalatos. “Una mujer usa unos 14 cosméticos y productos de cuidado personal al día, con una media de 38 componentes distintos”, enumera Olea.
También pueden estar presentes en textiles, muebles y alimentos, debido a los pesticidas o en algunos pescados que acumulan mercurio o plomo. Por último, los contaminantes atmosféricos pueden entrar en el cuerpo y provocar alteraciones hormonales mediante la respiración.
Legislación
La proliferación de disruptores se debe, en mayor medida, a que solo los prohíben cuando se acumulan años de evidencia sobre el daño que producen. De hecho, según denuncia Olea, “no hay ni un solo compuesto químico que haya sido retirado del mercado por ser disruptor endocrino. Tienen que ser cancerígenos, mutagénico, es decir, que alteren el material genético o tóxicos para la reproducción para que sean retirados”, explica.
La UE solo actúa contra los químicos cuando se acumulan años de evidencia sobre sus efectos adversos y no se tiene en cuenta el efecto sumatorio
El problema, añade, es que el “sistema regulador europeo es arcaico porque tarda años en incorporar la evidencia científica a la legislación” y, además, no tiene en cuenta “el efecto sumatorio”, sino que se analizan las sustancias aisladas cuando el problema es “el cóctel de sustancias a concentraciones muy bajas”.
De hecho, hay estudios que indican que determinados compuestos presentes en sangre u orina, aislados, no se asocian a enfermedades pero sí el “efecto combinado”, que está relacionado con endometriosis o algunos cánceres hormonales.
Consejos
Martine Vrijheid, directora del programa de Medio ambiente y Salud a lo largo de la vida de ISGlobal, también sostiene que “se necesita una legislación que prohíba un grupo de compuestos, porque, aunque no haya evidencia sobre algún químico aislado dentro de un grupo, sí se sabe [por la evidencia sobre los daños que provocan] del resto, eso es suficiente para prohibirlos todos”. Vrijheid, junto a un equipo en el ISGlobal, ha descubierto en concreto que hay “marcadores tempranos de obesidad y del síndrome metabólico en niños y adolescentes cuyas madres han tenido más exposición a disruptores”.
Ante la magnitud del problema, los expertos aconsejan llevar a cabo acciones cotidianas para minimizar la exposición, como evitar al máximo los plásticos, sustituyendo, por ejemplo, en la cocina los táper de plástico por los de cristal; evitar los cosméticos con parabenos o ftalatos o limitar el consumo de alimentos procesados o enlatados.
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