Lisonjas, dádivas, ideas simples y sumisión: el método para llegar a Trump

En los siete primeros meses de la segunda presidencia de Donald Trump ha quedado de manifiesto que muchas cosas no son cómo la primera vez que estuvo en el Despacho Oval. El líder de Estados Unidos exuda mucha más confianza en sí mismo y más indiferencia a las opiniones de otros que en aquel primer mandato; se muestra igual de volátil pero también acumula mucho más poder. Esos cambios y el vigor del personalismo del régimen de Trump están transformando la forma en que líderes mundiales y empresariales y sus propios asesores lidian con el republicano y alterando los mecanismos tradicionales de la política.

Frente al sistema de reglas o basado en méritos, cada vez es más obvio que el método que funciona para tratar de llegar hasta Trump, intentar influenciarle o al menos tener posibilidades de evitar su ira es ir adaptándose a sus preferencias, no siempre estables. Y aunque uno de los elementos de la nueva realidad que más llama la atención es la descarada adulación que se ha hecho la norma, hay algo más que el bochornoso vasallaje.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en el Despacho Oval con Donald Trump. / JULIA DEMAREE NIKHINSON / AP

Esta misma semana el portal Axios presentaba un decálogo de tácticas para influir en Trump (en realidad 11 puntos) elaborado con las lecciones que han extraído lidiando con él empresarios, diplomáticos y líderes internacionales y ayudantes. En ese listado se enumeran ideas como que la crítica directa a Trump y a sus políticas solo tiene consecuencias negativas, que con él conviene buscar el contacto cara a cara lejos de las cámaras y redes sociales, que se debe tener la conciencia de que todo es negociable y todo es espectáculo y de que, por más impulsivo y volátil que él pueda ser, nunca conviene reaccionar a sus acciones o comentarios con impulsividad.

Propuestas fáciles

El decálogo apunta también a la idea de que conviene poner sobre la mesa en negociaciones con Trump propuestas fáciles de vender genéricamente y de explicar, dejando la letra pequeña para negociaciones que ya tienen lugar entre los técnicos. Es lo que ha pasado hasta ahora, por ejemplo, con los acuerdos comerciales de aranceles, incluyendo el alcanzado con la Unión Europea.

«Siempre ha sido una buena estrategia dar a la Casa Blanca una victoria, dejar que se den paseíllos triunfales«, le decía ya hace unas semanas a Axios Michael Robinson, consejero de Montgomery Strategies Group, una empresa de relaciones públicas y estrategia de comunicación.

En el catálogo de recomendaciones para la relación con el líder estadounidense se anima además a pensar en el largo plazo y, también, a mantener la conciencia de que siempre, todo, puede dar un giro en la opinión de Trump, en cualquier momento y no siempre para mejor.

Fotografía del 7 de julio de 2025 del secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio (i), junto al presidente Donald Trump (d). EFE/AL DRAGO / POOL. NO SALES EPA ZONE / AL DRAGO / POOL / EFE

Algunos están alcanzando la maestría a la hora de relacionarse con el mandatario. Dentro de su Gobierno, por ejemplo, se señala a su jefa de gabinete, Susie Wiles, y a sus secretarios del Tesoro, Scott Bessent, y de Estado, Marco Rubio. Y llegar a ellos, o a algunos de los puristas del movimiento MAGA que forman su otra esfera de influencia, puede ser una puerta abierta hacia Trump.

Si en su primer mandato muchos intentaban llegar a él a través de asesores moderados que se veían como guardarraíles, ahora las cosas han cambiado. «Solo él decide. Eso significa que tienes que lidiar con él para conseguir cualquier cosa. Y la única forma de conseguirlas es alabarle», le decía a la radio pública NPR hace unas semanas Ivo Daalder, que fue embajador ante la OTAN para Barack Obama y ahora está en el Centro Belfer de Harvard.

Rutte y su ‘daddy’

Mientras algunos como el presidente de Finlandia, Alexander Stubb, han impresionado a Trump con su juego de golf, su profundo conocimiento de la historia o el conocimiento de Rusia, otros optan por la adulación y la lisonja desorbitadas. Mark Rutte, el secretario general de la OTAN, llegó a llamarle ‘daddy’ (algo así como ‘papito’); el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, le presentó en una visita en julio la carta que ha enviado presentándolo para el Nobel de la Paz y unos días después, frente a las cámaras, varios líderes africanos a los que dio un trato que rozó la humillación defendieron públicamente la oportunidad de que se le conceda el galardón. «La falta de vergüenza es verdaderamente un superpoder», reflexionaba también en NPR Justin Logan, director de estudios de defensa y política exterior en el instituto CATO.

El presidente Donald Trump (centro) habla con el secretario general de la OTAN, Mark Rutte (izquierda) durante la foto de familia de la cumbre de la OTAN en La Haya, el pasado 25 de julio. / GEERT VANDEN WIJNGAERT / AP

Nada hace que lidiar con Trump y su Administración sea fácil. De hecho, según Jeffrey Sonnenfeld, profesor en la escuela de gestión de Yale, es la más difícil con la que dicen haber topado, por ejemplo, tres generaciones de empresarios. «Cada compañía está a un solo un mensaje en Truth Social de que le pongan en una diana política», le decía el experto a Axios.

En política internacional también ha cambiado las reglas. Los aranceles, que habitualmente se usan para proteger a una industria nacional de la competición, con Trump han pasado a ser una herramienta «para forzar cuestiones geopolíticas», según ha dicho a ‘The Guardian’ Stuart Rollo, del Centro de estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Sídney.

El senador demócrata Chris Murphy ya en abril denunciaba en el ‘Financial Times’ que el republicano está usando los gravámenes «como un medio para forzar lealtad». Y con los meses los hechos le han ido dando la razón. Con la India, por ejemplo, Trump usa los aranceles para presionar por la compra de petróleo a Rusia, con Canadá para castigar al país por reconocer Palestina o con Brasil para tratar de frenar los casos judiciales contra Jair Bolsonaro.

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