El edificio que hoy ocupa la Municipalidad de Carlos Paz fue, durante décadas, uno de los hoteles más emblemáticos de la región. El Hotel Carena no solo ofreció comodidades modernas para su tiempo, sino que fue escenario de fiestas memorables, reuniones políticas, visitas de personalidades y veranos de familias enteras que se instalaban durante meses a orillas del San Antonio.
Fundado oficialmente en 1938, el Carena ofrecía 50 habitaciones y departamentos con baño privado, agua de manantial propio, quintas, cancha de tenis, caballerizas, estación de servicio, taller mecánico y una pileta de natación alimentada directamente por un ramal del canal principal. Su construcción, levantada en apenas un año sobre un terreno de 20.000 metros cuadrados, alcanzó los 2.500 m² cubiertos, aunque el proyecto original nunca se completó: le faltaba una planta más. La información y la reconstrucción de muchos de estos datos han sido recopilados por el historiador local Eldor Bertorello, que ha rescatado la memoria de lo que significó el Carena para la ciudad.
Detrás de la iniciativa estaban los hermanos Adolfo y Clemente Carena, pioneros de la hotelería local, quienes convirtieron aquel paraje serrano en un destino codiciado. Adolfo, además de atender a los clientes, se reservaba un secreto culinario: la preparación del paté de la casa, uno de los platos más refinados del menú y que se cocinaba a solas en la cocina del hotel. El comedor, célebre por sus carros de fiambres y sus mesas de mármol, contaba con un piano de cola desde el cual se animaban almuerzos, cenas y tertulias. Las familias cenaban mientras sonaba música en vivo y se vestían de gala para participar de veladas que quedaban grabadas en la memoria.
El hotel fue también un epicentro social. En sus salones se organizaron bailes como el Baile Blanco de 1932, desfiles de moda y de mallas, partidos de waterpolo en la pileta y la célebre “Ronda de Hoteles” de 1947. Allí se escucharon los monólogos de León Zárate y la Orquesta Sinfónica de Punilla, en noches que reunían a la sociedad cordobesa y a turistas de Buenos Aires. El Club Náutico organizó en el Carena fiestas de etiqueta, y hasta la Agencia Exprinter lo promocionaba a nivel nacional en Semana Santa, incluyendo viajes en tren con coche comedor y estadía completa. La villa se iba transformando de un paraje de veraneantes a un destino turístico organizado.
El lugar también fue escenario político. En 1944, Juan Domingo Perón se alojó en el Carena como ministro de Guerra, acompañado por el canciller Peluffo, en su visita a la Escuela de Aviación Militar. Años más tarde, en 1952, el bloque de diputados provinciales del peronismo celebró un almuerzo en sus instalaciones. Y en 1955, durante la Revolución Libertadora, el edificio fue ocupado como comando militar. Las paredes del hotel, que habían visto bailes y tertulias, fueron también testigos de conspiraciones, planes y debates en los años convulsionados de la política argentina.
Por sus pasillos desfilaron empresarios, artistas, músicos como Pierino Gamba un pianista y director de orquesta italiano, y familias que llegaban con automóvil y permanecían largas temporadas. Eran vacaciones distintas: no de unos días, sino de meses enteros donde la vida social giraba en torno al hotel y al río. Los niños aprendían a nadar en la pileta, las señoras participaban en desfiles de moda, los hombres jugaban al tenis o conversaban en el bar. Y cada tarde, las visitas de amigos como Bernardo D’Elia animaban el clima de tertulia permanente.
El Carena también supo de tragedias y anécdotas pintorescas. En 1927 un joven empleado, Isidoro Petel, desapareció en las aguas del río y su cuerpo fue hallado tras una intensa búsqueda. Y años más tarde, el peón de patio Antonio “Campito” Campos, en su primer día de trabajo, se perdió en los subsuelos del hotel, lo que quedó como una historia repetida por generaciones.
La impronta de la familia Carena no se limitó al hotel. Ezio Armando Carena, técnico constructor, participó en la obra del edificio y en numerosas construcciones de la villa, desde confiterías y hosterías hasta residencias privadas. Falleció en 1996, dejando como legado escritos y memorias sobre la vida de aquellos años, además de haber plasmado su nombre en muchas de las paredes que aún se conservan en la ciudad.
En 1982, bajo intervención municipal, el edificio fue adquirido por $4,7 millones para convertirse en sede del gobierno local. Aunque en un principio se lo reacondicionó con intenciones de reabrirlo como hotel o venderlo a una obra social, finalmente se convirtió en el Palacio Municipal 16 de Julio. Hoy, su arquitectura todavía conserva la solemnidad y la amplitud de aquel proyecto hotelero inconcluso.
La memoria de ese lugar nos devuelve una postal de otra Villa Carlos Paz: aquella que se descubría como destino, donde las familias llegaban en tren desde Buenos Aires, bajaban en Córdoba y eran trasladadas en autobús hasta el Carena. Una ciudad incipiente, sin demasiada infraestructura, pero con un hotel que imponía categoría y estilo. Allí se mezclaban el turismo, la política y la vida social, en un escenario que marcó el pulso de la villa durante décadas.
Pocos recuerdan hoy que tras las paredes del actual municipio late la memoria de un hotel que fue símbolo de modernidad, elegancia y vida social. Pero gracias a la tarea de rescate de cronistas y a los testimonios que aún sobreviven, podemos reconstruir una parte esencial del alma de Carlos Paz.