Racing, una remake de la Libertadores de los 60

Hace muchos años fui con mi viejo a ver un partido de Boca por la Libertadores. El Patrón Bermúdez le dio una patada voladora a un rival a la altura del ombligo, y el referí le sacó amarilla. Y mi viejo me dijo: “En la época de Perfumo esto ni siquiera era foul”. No quiero hacer aquí el elogio de las viejas batallas de la Copa Libertadores que no vi (sí llegué a ver, en mi infancia, al Boca del Toto Lorenzo, pero tengo recuerdos fragmentarios, como flashes, no puedo hablar seriamente de ese equipo, que tenía en Gatti a mi ídolo). Además, estaría en desacuerdo conmigo mismo, quiero decir con algo que escribí en esta misma página hace unas semanas, sobre el error (o mi desagrado) de los que dicen “que vengan los europeos a jugar en el fútbol argentino, con las patadas que se dan, los arbitrajes horribles, los campos de juego ídem, la falta de sofisticación táctica, etc.”. Definía a ese discurso como el elogio de lo peor que tenemos. Pues entonces, lejos de mí hacer el elogio de esas viejas Copas Libertadores. En cambio, sí puedo decir que disfruté como hacía mucho que no me pasaba con la serie entre Racing y Peñarol.

En otros ámbitos, como en el cine o la literatura, existe lo que la crítica llama una “cita”, es decir, la posibilidad de retomar algo de otra obra del pasado, como un modo de homenaje. Por ejemplo, las películas de Brian de Palma tienen muchas “citas” a las de Hitchcock, escenas que retoman y reformulan escenas del director del pasado. Bueno, creo que podemos pensar a Racing-Peñarol como una “cita” a esos viejos choques coperos. Pero una “cita” mejorada, aggiornada, corregida. Fue una serie mucho mejor que esas viejas matanzas a patadas de los 60. Por supuesto que tuvo, sobre todo en el partido de ida, una gran cantidad de patadas. Es cierto. Pero en los 180 minutos, fue una serie de una intensidad abrumadora, llena de situaciones inesperadas, casi como una película de suspenso, con polémicas, cambio de arquero, lluvia intensa, un ritmo de ida y vuelta permanente, equipos que iban para adelante, por momentos con buen juego (más Racing que Peñarol), con hinchadas visitantes muy presentes (el maltrato a la de Racing en Montevideo sí que recuerda a las viejas copas), con Arias con mala cara por haber salido. No faltó nada. Esta vez, al menos Costas no insultó al referí. ¿Por qué se lo ve a Costas últimamente tan sacado? Yo creo que porque sabe que Milito y la comisión directiva del PRO no lo quieren. Lo tienen que soportar porque viene ganando, ya desde el año pasado. Pero si quedaba eliminado contra Peñarol, tal vez tenía los días contados. Supongo que esa situación le hace ruido a Costas. Ahora a Racing lo espera el Vélez de los mellizos, lleno de pibes. Vélez, a imagen del Guillermo Barros Schelotto técnico, es un equipo más frío que Peñarol. Racing va de favorito. Es sin dudas el equipo que dio más espectáculo en estos octavos de final de la Copa. Los que nos gusta el fútbol, agradecidos.

Dejo para el final tal vez lo más importante, que no fue en la Copa Libertadores, sino en la Sudamericana, pero perfectamente podría haber sido allí (además da lo mismo, en cualquier campeonato es un horror): la violencia en las tribunas durante el partido entre Independiente y la Universidad de Chile. Aquí ya no estamos en el “folclore” trivial de una patadita a lo Perfumo en una jugada, sino en la violencia cruda y cruel en las gradas. La violencia en el fútbol es muy vieja, casi tanto como el fútbol mismo. Pero la violencia del partido del miércoles, la crueldad declarada de esa violencia, expresa algo de nuestro tiempo, de la crueldad de nuestro tiempo. Las barras bravas –de aquí y de allá– incluyen desde ya a la violencia, pero también a la política y los negocios del fútbol, y a la policía, entre otros. No podemos pensar esa violencia por fuera de esos aspectos. No alcanza solo con “condenar” a la violencia que empaña la “fiesta” del fútbol. Las barras bravas pertenecen al fútbol. Son parte de él. No son un “afuera” del fútbol.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Es un tema muy complejo como para tratar en tan breve espacio. Pero nada va a cambiar con el “repudio” a lo ocurrido. La de las barras bravas es una trama oscura que amerita cambios políticos –en el fútbol y en la política misma– si se quiere modificar, para bien, lo que ocurre.

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