La trágica leyenda de Ongamira y el eco de los comechingones

Las imponentes geoformas rojizas que definen el paisaje de Ongamira, a pocos kilómetros de Capilla del Monte, guardan en sus entrañas algo más que historia geológica y restos arqueológicos. Sus cuevas y aleros de roca arenisca, testigo silencioso del tiempo, son el escenario de una leyenda ancestral que aún hoy, con el viento susurrando entre las piedras, parece cobrar vida: la historia de los comechingones y su último reducto.

No es un relato de conquistas y batallas victoriosas, sino una crónica de resistencia, orgullo y un final que se funde con la misma tierra que defendieron. Según la tradición oral, transmitida de generación en generación y recopilada por historiadores y lugareños, Ongamira fue uno de los últimos bastiones de los comechingones, uno de los pueblos originarios que habitaba las sierras, conocidos por su estatura alta, sus barbas inusuales para los pueblos americanos y su vida en cuevas y poblados de piedra.

El mito, que se ha arraigado en el folklore regional, cuenta que cuando la inminente llegada de los conquistadores españoles se hizo insostenible, los líderes de la comunidad de Ongamira se enfrentaron a una decisión desgarradora. Con la opresión y la esclavitud amenazando su forma de vida, el Cacique, junto con los chamanes y ancianos, propuso un pacto final con la Pachamama (Madre Tierra) y los espíritus ancestrales.

El ritual, según la leyenda, se llevó a cabo en la cima de lo que hoy se conoce como el Cerro Áspero, una de las formaciones más icónicas del lugar. Con una mezcla de resignación y dignidad, el cacique y su pueblo eligieron la muerte antes que la sumisión. Se cuenta que, en un acto colectivo de suicidio ritual, se arrojaron al vacío desde lo alto del cerro.

Lo que sigue en el relato es lo que le da a la leyenda su carácter místico y atemporal. Se dice que, al tocar la tierra, los cuerpos de los guerreros y las mujeres no se estrellaron, sino que se transformaron, fusionándose con el paisaje. Sus almas, libres del yugo terrenal, se convirtieron en las mismas rocas y formaciones rojas que hoy adornan el valle. Las lágrimas de dolor y la sangre de la resistencia se habrían filtrado en la tierra, tiñendo las piedras con su característico color ocre y rojizo.

Desde entonces, la leyenda sostiene que las almas de los comechingones no se fueron del todo. Permanecen custodiando el lugar, y se dice que en las noches de luna llena, o cuando el viento aúlla con fuerza, es posible escuchar el eco de sus cánticos, el sonido de sus tambores o el lamento de su sacrificio.

Los guías turísticos y los habitantes de la zona a menudo señalan formaciones rocosas que, para el ojo entrenado por el mito, parecen rostros, figuras o siluetas de guerreros en guardia, un recordatorio perpetuo de su trágico final.

Aunque no hay una prueba fehaciente de esta determinación final, la leyenda es fundamental para entender la relación de los comechingones con su entorno y su profunda resistencia cultural.

Hoy en día, Ongamira es un sitio de profundo valor arqueológico y turístico. Los visitantes recorren las cuevas que alguna vez sirvieron de refugio a este pueblo, admirando sus petroglifos y arte rupestre. Sin embargo, para aquellos que se acercan con el corazón abierto, el lugar es mucho más que un museo a cielo abierto. Es un santuario, un monumento vivo a la memoria de un pueblo que prefirió transformarse en paisaje antes que desaparecer en el olvido.

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